A Juan le pusieron un nombre que pesaba: Boanerges.
Hijo del trueno.
No porque predicara fuerte,
sino porque hería fuerte.
Juan lastimaba con palabras.
Con silencios.
Con miradas.
Con esa forma de hablar sin pensar que deja a otros pequeños por dentro.
Como cuando dices “yo solo digo la verdad”
pero sabes que lo dijiste para doler.
Juan era así.
Impulsivo.
Reactivo.
De los que explotan antes de escuchar.
De los que justifican su dureza diciendo:
“Así soy.”
Y un día lo dijo sin temblar:
“Señor, ¿quieres que hagamos descender fuego del cielo y los consuma?”
Juan no pensó en las personas.
Pensó en ganar.
Pensó en tener razón.
Pensó que Dios estaba de su lado…
aunque eso significara destruir.
Jesús lo miró.
Y no lo celebró.
Porque hay algo más grave que fallar:
no darse cuenta de que estás fallando.
Aquí es donde esta historia se vuelve incómoda.
Porque muchos de nosotros sabemos que estamos mal.
Sabemos que herimos.
Sabemos que hablamos de más.
Sabemos que reaccionamos mal.
Sabemos que pedimos perdón tarde… o nunca.
Y aun así seguimos igual.
Juan también sabía que estaba mal.
Y ese fue el comienzo del milagro.
Juan no cambió porque se propuso cambiar.
Cambió porque se quedó cerca de Jesús.
Porque cuando no sabía amar, se recostó en el pecho del que sí sabía.
Juan estuvo ahí cuando Jesús lloró.
Juan estuvo ahí cuando Jesús fue arrestado.
Juan estuvo ahí cuando todos se fueron.
Y poco a poco, el trueno fue aprendiendo a escuchar el latido.
El mismo Juan que quería fuego…
terminó escribiendo:
“Hijitos míos…”
El hombre que hería con palabras
aprendió a hablar con ternura.
El que reaccionaba sin pensar
aprendió a amar con paciencia.
Y aquí viene lo más hermoso…
lo que hace llorar de verdad:
Dios nunca rechazó a Juan por ser trueno.
Lo abrazó… y se quedó con él.
Jesús no le dijo: “Cambia y luego vienes”.
Le dijo con su presencia: “Ven… y quédate”.
Porque Dios no se aleja de ti cuando fallas.
Se acerca.
Si hoy te reconoces duro, cansado, torpe para amar,
si sabes que no eres lo que quisieras ser,
si te duele haber herido a otros…
No te vayas.
No te escondas.
No te castigues.
Quédate cerca.
Recuéstate.
Llora ahí.
Porque en los brazos de Jesús,
hasta los hijos del trueno
aprenden a amar.
De la red...
No hay comentarios:
Publicar un comentario