Debido a que Sabin no patentó su vacuna, los países pobres pudieron producirla localmente sin pagar regalías astronómicas. Esto significó que niños en África, Asia, América Latina y Europa del Este tuvieron acceso a protección contra la polio, algo que habría sido imposible si la vacuna hubiera estado bajo patente cara.
Se estima que Sabin renunció a aproximadamente $7 mil millones de dólares en regalías potenciales durante su vida. Dinero que fácilmente podría haber sido suyo. Dinero que habría hecho de él uno de los hombres más ricos del planeta.
En cambio, vivió modestamente. Continuó investigando. Siguió trabajando para mejorar la salud pública. Y nunca se arrepintió de su decisión.
Cuando le preguntaron por qué lo hizo, Sabin respondió simplemente: "¿De quién es el sol? ¿De quién es el aire? La vacuna es para la humanidad."
Gracias a Albert Sabin y su generosidad:
Hoy, la poliomielitis está al borde de la erradicación global. De los miles de casos anuales que ocurrían en el siglo XX, ahora quedan solo unos pocos casos aislados en regiones muy específicas del mundo.
En un mundo donde las patentes farmacéuticas a menudo significan que medicamentos salvavidas son inaccesibles para los pobres, Albert Sabin nos recordó que la medicina, en su esencia más pura, no es un negocio. Es un regalo de la humanidad para la humanidad.
Albert Sabin murió en 1993 a los 86 años. No dejó una fortuna. Dejó algo infinitamente más valioso: millones de vidas salvadas y un ejemplo de lo que significa ser verdaderamente humano.
"Este es mi regalo para todos los niños del mundo."
De la red...
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