ORAR CON EL SALMO 23
P. Eduardo Sanz de Miguel, o. c. d.
El Señor es mi pastor, nada me
falta.
En prados de hierba fresca me hace
reposar,
me conduce junto a fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan
seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
El Salmo 23 es uno de los más
comentados y orados a lo largo de los siglos, tanto por la tradición judía como
por la cristiana. También es uno de los más usados en el arte. Basta recordar
las numerosas pinturas de las catacumbas. En ellas se suele representar a Jesús
como un joven sin barba, de pie, con vestido corto y zurrón, con una oveja
sobre sus hombros y la cabeza suavemente apoyada sobre la oveja. En la Liturgia
cristiana se lee como salmo responsorial en distintas fiestas del Señor y se
propone para todo tipo de celebraciones (bautizos, matrimonios, funerales,
etc). Es un texto hermoso y poético, que nos habla de la ternura de Dios y de
los sentimientos que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz,
seguridad, confianza, plenitud de vida.
El
Salmo desarrolla dos imágenes distintas: en la primera parte, la del pastor
que cuida de sus ovejas (versículos 1-4) y en la segunda, la del señor de la
casa que acoge a un huésped (versículos 5-6). Sin embargo, nos solemos
fijar principalmente en la primera y, normalmente, es conocido como el Salmo
del Buen Pastor. La primera parte está escrita en tercera persona del singular
(el Señor es mi Pastor, me hace reposar, me conduce, repara, me guía, hace
honor), mientras que la segunda está escrita en segunda persona del singular
(tú me preparas, perfumas, tu amor y tu bondad me acompañan). El último
versículo está en primera persona del singular (yo habitaré). El verso central
(Tú estás conmigo) es el punto de unión entre las dos partes, ya que pertenece
al primer bloque, pero está en segunda persona, como el segundo. Los símbolos
que desarrolla son universales: el camino, el agua, la oscuridad de la noche,
el banquete, los perfumes... y pueden interpelar por igual a los hombres de
antiguas culturas rurales como a los de las modernas civilizaciones urbanas. De
todas formas, como mucha gente está poco acostumbrada a la poesía, haremos una
traducción del salmo en prosa, antes de continuar.
«En
medio del desierto hay un oasis con una gran fuente de agua. Fuera, la arena
abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la hierba. Las ovejas comen
alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al fresco. Más tarde se
ponen en camino por las sendas que el pastor conoce bien, porque las ha
recorrido muchas veces. Así, hace honor a su nombre de pastor. Tienen que
atravesar un desfiladero entre las montañas y se hace de noche. Las ovejas
avanzan seguras, porque pueden escuchar el sonido del bastón del pastor, que
golpea rítmicamente el suelo al andar. Si una de ellas se desvía, el pastor
acude solícito en su búsqueda, y con unos toques del cayado sobre los lomos, la
devuelve al camino justo. Si acuden lobos u otras alimañas para atacar el
ganado, el pastor defiende su rebaño a bastonazos.
Por
el mismo desierto, una persona intenta huir de sus enemigos, sin ninguna
posibilidad de sobrevivir. De repente, divisa a lo lejos el campamento de unos
beduinos. Lo alcanza y, poco tiempo después, llegan también sus perseguidores.
No pueden hacerle nada, porque la ley de la hospitalidad considera sagradas a
las personas acogidas bajo una tienda. El jefe del campamento, no sólo le acoge
en la suya, sino que, además, le ofrece agua abundante para calmar su sed, le
prepara un banquete para que tome fuerzas y le unge con aceites perfumados para
sanar las quemaduras del sol y refrescarle. Estas imágenes sirven para hablar
de nuestra relación con Dios: Nos guía, nos protege, nos alimenta... Si ya en
esta vida podemos hacer unas experiencias tan fuertes del amor de Dios, el
orante confía en que su salvación no tendrá fin, y podrá habitar en la Casa de
Dios por toda la eternidad». Analicemos, ahora, cada una de las palabras
del salmo.
«El Señor es mi Pastor». El primer verso ya nos dice que hay que leer todo el poema como una
imagen para hablar de la relación entre el orante y Dios. El título de «pastor»
para nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente antiguo,
así como en Grecia y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza varias veces para
hablar de Dios, tanto en los libros históricos como en los proféticos, en los
poéticos y en los sapienciales (Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Salmo 80, 2;
Eclesiástico 18, 13; etc.). Dios mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel,
se compara a sí mismo con un Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a
sus fieles. Como los jefes del Pueblo han sido malos pastores, porque han
utilizado a las ovejas en su propio provecho, Dios se ocupará personalmente de
cada una, cubriendo todas sus necesidades: «Vosotros os bebéis su leche, os
vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño, ni
robustecéis a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni buscáis las perdidas...
Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré... Buscaré a la oveja perdida y
traeré a la descarriada, vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a
la gorda. Las apacentaré como se debe». Son imágenes tiernas, que nos
hablan de un amor personal de Dios por su rebaño, que no nos trata a todos por
igual, sino que sale a nuestro encuentro, respondiendo a las necesidades y
esperanzas concretas de cada uno.
En
la antigüedad, los israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño
de animales: camellos, burros, gallinas y ovejas. No vivían en casas, sino en
tiendas realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el
mismo techo. Hoy los beduinos siguen haciendo lo mismo. No es extraño que
conocieran a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas
reconocían la voz y el olor de su pastor. La parábola que Natán cuenta a David
en el segundo libro de Samuel, capítulo 12, nos puede ayudar a comprender lo
que estamos diciendo: «Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro
pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre no tenía más que una
corderilla que había comprado. La había criado y había crecido con él y con sus
hijos, comía de su bocado, bebía de su vaso, dormía en su regazo...». El
salmo quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de
tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se
preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en Israel como en todo el Medio Oriente no abundan ni el agua ni
los pastos. Pasar hambre y sed es una experiencia ordinaria cuando se
atraviesan los amplios espacios desérticos. Quien ve los rebaños de los
beduinos se extraña de lo extremadamente flacos que están los animales. En este
contexto se comprende lo grande que es poder hablar de abundancia, afirmar que
no se carece de nada. Ciertamente, como escribió Santa Teresa de Jesús, «Quien
a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
«En prados de hierba fresca me hace reposar». Conseguir hierba en el desierto es
ya suficiente para sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el
hallazgo se convierte en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento,
la sola vista de un prado invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después
de haber comido, en las horas en que el excesivo calor no permite desplazarse: «Dime
dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas sestear al mediodía» (Cantar de
los Cantares 1, 7).
«Me conduce junto a fuentes tranquilas». El agua no sólo quita la sed, también limpia
del polvo del camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y hace
olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para los
rebaños. Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan acudiendo
a beber y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que las fuentes
a las que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La Sagrada
Escritura usa muchas veces el símbolo de la sed para hablar del deseo de Dios y
del agua para hablar del don del Espíritu Santo. «Como busca la cierva
corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de
Dios...» (Salmo 42, 2-3). «Os rociaré con agua pura y os purificaré de
todas vuestras impurezas. Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi
Espíritu...» (Ezequiel 36, 25ss).
«Y repara mis fuerzas». Después del cansancio del camino, el alimento, la bebida y el descanso
nos hacen tomar fuerzas para poder seguir caminando. Literalmente dice: «repara
mi aliento», mi alma, entendido como mi vigor y mi vida también. En algunas
ocasiones nos sentimos agotados y nos parece que ya no podemos más. Es el
momento de escuchar las palabras del Salmo 27: «El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará
temblar? Aunque los malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su
tienda... Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
«Me guía por el camino justo». La experiencia de caminar acompaña a todo
hombre. Nos desplazamos de un sitio a otro y toda nuestra vida es un camino. A
veces equivocamos la senda, porque, como nos recuerda Antonio Machado: «Caminante,
no hay camino, se hace camino al andar». El pastor adapta su paso a la
necesidad de las ovejas, va en busca de un lugar bueno para ellas. Para los
hombres, decir esto es confesar que el Señor nos guía por el camino justo, el
único bueno, aunque no lo entendamos inmediatamente. Él nos lleva al mejor
lugar, que nosotros solos no podríamos encontrar: las fuentes tranquilas, el
agua que produce paz y calma la sed más profunda del que la bebe: «Te guiaré
por el camino de la sabiduría, te conduciré por sendas justas» (Proverbios
4, 11). «Peregrino soy en esta tierra, no me ocultes tus mandatos... Enséñame,
Señor, tu camino para que lo siga». (Salmo 119, 19. 33).
«Haciendo honor a su Nombre». El pastor que cumple bien su trabajo, que
cuida de su rebaño, lo alimenta, lo proteje y lo guía por los caminos
acertados, hace honor a su nombre. «El asalariado, que no es verdadero
pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona y
huye; y el lobo hace presa de ellas. Se porta así porque trabaja únicamente por
la paga y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor que conozco a mis
ovejas y cada una de ellas es importante para mí» (Juan 10, 12ss).
«Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré». El pastor nos da tanta seguridad,
que hasta podríamos atravesar con él el valle tenebroso. La oscuridad
del valle da miedo por los peligros que puede esconder, porque no se ve el
camino, por la semejanza entre las tinieblas y la muerte. Este salmo, para
decir «tinieblas», utiliza una palabra rara, que no se usa casi nunca:
«salmawet» y que podríamos traducir por «oscuro como la muerte». En hebreo,
«mawet» significa «muerte». La muerte es evocada para el lector por la
oscuridad del valle y por la palabra con la que se habla de esta oscuridad. De
hecho, la Biblia griega traduce «aún si camino por el valle de la muerte, no
temo, porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para recordarnos
nuestra condición de mortales en un contexto de gran dulzura (grandezas de la
poesía).
«Porque Tú estás conmigo». Hemos llegado al centro del salmo y a su
momento más intenso. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no
tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte
es que «Tú estás conmigo». Los prados frescos, el agua abundante, la
protección frente a los enemigos... todo es bueno, pero saber que Tú caminas a
mi lado es lo más importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la
tierra » (Salmo 73, 25). «Si el Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué
podrá hacerme el hombre?» (Salmo 118, 6).
«Tu vara y tu cayado me dan seguridad». Palestina es una tierra cálida. Los viajes
con el ganado se hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer,
cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad,
porque se siguen unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la
vara del pastor que camina con ellas. El cayado, arma con la que defender a las
ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del
pastor junto al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía
para reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo,
guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos
miedo ni de la muerte. La imagen hace también referencia al bastón de mando, al
cetro de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de su pueblo. El
salmo siguiente, el 24, habla del Señor «Rey de la gloria», y comienza así: «Del
Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes». El
mismo David era rey y pastor. La referencia al cayado de pastor y al bastón de
mando es riquísima de evocaciones: Dios salvador, liberador, guía del pueblo,
en relación con la salida de Egipto y la Monarquía. La
sensación de seguridad y de protección prosigue con la segunda imagen del
salmo: la del señor que acoge un huésped en su casa.
«Me preparas un banquete frente a mis enemigos». La palabra usada en hebreo
significa «desenrollar», con el sentido de extender unas pieles de cabra a la
puerta de la tienda, para colocar sobre ellas la comida. Podemos reconstruir la
escena: un hombre huye de sus enemigos por el desierto. Casi imposible
salvarse. Improvisadamente, encuentra un beduino que lo acoge en su tienda. La
ley de la hospitalidad era sagrada para los semitas. Cuando alguien es acogido,
invitado a comer, se convierte en intocable. Los enemigos no se pueden acercar
a él. «El Señor hace justicia al huérfano, a la viuda y ama al emigrante
suministrándole pan y vestido. Amad vosotros también al emigrante, ya que
emigrantes fuisteis...» (Deuteronomio 10, 18-19). Abrahán recibió la
promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos peregrinos que resultaron
ser enviados de Dios (Génesis 18). «No olvidéis la hospitalidad, pues
gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles» (Hebreos 13, 2).
Lot prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en
su casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento mi cabeza». El ungir a un huésped era la mayor
manifestación de veneración que se podía tener con él. El aceite enriquecido de
esencias perfumadas da frescor, suaviza la piel. Es éste un gesto de extremo
afecto y consideración para el que llega cansado por el calor del desierto y
las penalidades de la huida. «¡Qué hermoso es que los hermanos vivan unidos!
Es como ungüento perfumado derramado en la cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer
de Betania tendrá este gesto con Jesús y él lo agradecerá a pesar de la
incomprensión de los discípulos, llegando a afirmar que esa mujer sería
recordada en todos los lugares donde se predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
«Y mi copa rebosa». La copa que rebosa es, igualmente, signo de la generosidad con que el
huésped es acogido. No recibe sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de
añadido, de generosidad total, en los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo,
la narración de la creación. Dios no hace sólo lo necesario, sino que, además,
entrega al hombre ríos con agua abundante, con oro fino, con piedras preciosas
y perfumes (Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede cuando los israelitas salen de
Egipto. Dios no sólo les da la libertad. Les enriquece también con los bienes y
el oro de los egipcios (Éxodo 12, 36).
«Tu amor y tu bondad me acompañan». Ésta es la imagen más extraña para los
occidentales. Es como si el beduino que me ha acogido en su tienda y me ha
defendido de mis enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen
de regreso a mi casa. Aquí, los dos acompañantes son una personificación del
Amor y la Bondad de Dios, última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda
resultarnos rara la personificación de cualidades divinas, en la Biblia es
bastante común: «La Salvación está cerca de los que le honran y la Justicia
habitará en nuestra tierra. El Amor y la Fidelidad se encuentran, la Justicia y
la Paz se besan... La Justicia marchará delante de él y la Rectitud seguirá sus
pasos» (Salmo 85, 10ss).
«Todos los días de mi vida». No hablamos de un acompañamiento pasajero,
sino de la certeza de una protección continua, como si se respondiera a la
petición con que concluye el salmo 28: «Salva a tu pueblo, bendice tu
heredad, apaciéntanos y guíanos por siempre».
Las
dos partes del salmo (el pastor que cuida de las ovejas y el señor de la casa
que acoge un huésped bajo su techo) comienzan con una situación de descanso y
terminan con los protagonistas en actitud de caminar. Las ovejas comen, beben y
sestean en el oasis. Después emprenden la marcha, guiadas por el pastor. El que
huía del desierto encuentra la salvación en la tienda del beduino. Allí sacia
su hambre y su sed, se perfuma y, posteriormente, emprende la marcha custodiado
por dos escoltas. Las dos partes del salmo parecen insinuar que nuestra vida es
un continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, él nos ofrece
momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando nos hemos
recuperado, hay que volver a caminar. Como los discípulos que acompañaron a
Jesús en el Tabor: Después de la Transfiguración tuvieron que regresar al
valle. El Salmo 122, como los otros llamados «salmos de ascensión a Jerusalén»,
nos recuerda que siempre somos peregrinos: «¡Qué alegría cuando me dijeron:
Vamos a la casa del Señor!».
El
libro del Éxodo, que nos narra el camino de Israel por el desierto hacia la
Tierra Prometida, se convierte en imagen de nuestra vida: El Señor nos guía y
nos acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas de nuestra
existencia, hasta el día en que entremos en el descanso definitivo. El salmo 95
insiste en esta idea, invitándonos a aprender de los errores cometidos por los
israelitas en su caminar por el desierto, para no repetirlos: «Ojalá
escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto,
cuando me tentaron vuestros antepasados... Son un pueblo que no conoce mis
caminos, por eso juré airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y
en Nuevo Testamento son un testimonio continuo de las ansias que arden en
nuestros corazones de alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si Josué
les hubiera proporcionado un descanso definitivo, David no hablaría de un
posterior día de descanso. Hay, pues, un descanso definitivo reservado al
pueblo de Dios... Apresurémonos, pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y habitaré en la casa del Señor por años sin término». Después de hablar de descansos
pasajeros y de caminos largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del
Señor, la entrada en el «Sabat» último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal
como canta el Apocalipsis: «Ésta es la Morada de Dios con los hombres.
Habitará entre ellos... Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte,
ni luto, ni llanto, ni dolor» (21, 3ss).
El
desierto es el contexto común a las dos imágenes (el pastor y el beduino). El
que ora este salmo sabe que nada le falta, aún encontrándose en el desierto.
Allí, el creyente redescubre las raíces de toda la historia de Israel: Abrahán
y los demás patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se
preparó en el desierto para su misión y volvió al desierto para acompañar al
pueblo a la libertad. Allí se manifestó el poder de Dios, que «hirió a los
primogénitos de Egipto, sacó a su pueblo como a un rebaño y lo condujo por el
desierto. Los llevó con seguridad hasta la tierra sagrada» (Salmo 78,
51ss). Por lo tanto, después que el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud
de Egipto, lo guió por el desierto, como un pastor conduce a su rebaño. Les
ofreció agua que manaba de la roca y alimento abundante (maná y codornices),
los defendió de las serpientes que los mordían y de los enemigos que los
atacaban, los introdujo en la Tierra Prometida y los acogió como Señor del
territorio, ofreciéndoles descanso en su casa. Esta idea queda recogida en
muchos textos de la Escritura: «Saliste, oh Dios, al frente de tu pueblo,
los guiaste por el desierto... reanimaste tu heredad extenuada y tu rebaño
habitó la tierra que tu bondad les había preparado» (Salmo 68, 8ss). «Te
abriste un sendero por el mar... y guiaste a tu pueblo como a un rebaño»
(Salmo 77, 20-21).
El
desierto significa también, para el pueblo, el lugar de la tentación, la
prueba, la murmuración, el pecado, la idolatría y la conversión. El lugar donde
se descubre que Dios perdona siempre y continúa a dar vida, alimento, salud,
victoria. Que da con generosidad porque perdona con magnanimidad. El lugar
donde se puede hacer la verdadera experiencia del encuentro personal con Dios: «La
llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Ella me responderá allí como en
los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto... Y
te desposaré conmigo en fidelidad» (Oseas 2, 16).
La
experiencia del Éxodo es revivida siglos después, al retorno del Exilio. El
salmo termina afirmando: «Habitaré en la casa del Señor». Aunque la
tradición lee «habitaré», las consonantes hebreas dicen «volveré», el verbo
usado para la experiencia que sigue a la deportación: «Los haré volver de
las naciones por donde están dispersados» (Zacarías 10, 10. Ver Ezequiel
36, 24ss). La vuelta de la conversión a la comunión. Camino por el desierto,
tentación, pecado, perdón, crisis de fe en el Exilio, retorno a la tierra y
conversión del corazón. Todo este camino evoca el salmo a quien lo lee con una
mentalidad bíblica, a sus destinatarios.
Como
hemos visto, las imágenes del salmo hablan de:
*
Seguridad ante los enemigos y peligros de todo tipo: oscuridad, hambre y sed,
muerte.
*
Con una connotación de máxima abundancia. Los dones de Dios son siempre a la
medida de Dios.
*
Para aquél que ya se sentía dentro de la muerte. Descubrimos la sobreabundancia
del don de Dios cuando ya parecía todo perdido.
El
significado último del salmo sólo lo podemos entender a la luz del Nuevo
Testamento: Jesús es la persona que confía en Dios y camina por sus sendas, aún
en medio de las dificultades, hasta entregarse en la cruz. Por eso, el Padre se
apiada de Él y le devuelve a la vida, sentándole a su mesa, introduciéndole en
su Casa. Al mismo tiempo, Jesús es «el gran Pastor de las ovejas» (Hebreos
13, 20), «el Supremo Pastor» (1 Pedro 5, 4). «Nosotros éramos como
ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y Guardián»
(1 Pedro 2, 25). Él es el Pontífice de la Nueva Alianza, el Camino que nos
lleva al Padre, la Puerta de acceso a la Casa de Dios. Él prepara para nosotros
el banquete de su Cuerpo y de su Sangre, verdadero alimento de inmortalidad. Su
amor es tan grande, que llega a dar la vida por sus ovejas. Con él podemos
atravesar sin miedo el valle de la muerte, porque Él es la Resurrección y la
Vida, Luz que brilla en las tinieblas, Roca que se abre en el desierto para
calmar la sed, Maná que nos alimenta, verdadero Pastor y Rey, que «nos
apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas» (Apocalipsis 7, 17) y que
nos permite habitar en su casa «por años sin término». El cristiano que
ora con el Salmo 23, está llamado a hacer este camino espiritual, verdadera
síntesis del Antiguo y del Nuevo testamento: dejarse guiar por Dios «en medio
de la noche» y vivir en intimidad con Él, hasta participar en su banquete, «la
cena que recrea y enamora», en palabras de S. Juan de la Cruz.
« ¿Dónde pastoreas, Pastor bueno, tú que cargas sobre
tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el
pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz, y tu voz me
dé la vida eterna. "Muéstrame, amor de mi alma, dónde pastoreas". Te
nombro de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier
inteligencia; de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o
de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi
alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte a ti, que de tal manera me has amado
que has entregado tu vida por mí? No puede imaginarse un amor superior a este:
el de dar la vida para mi salvación». (S. Gregorio de Nisa. Homilía 2 sobre el Cantar
de los Cantares)
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