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jueves, 30 de agosto de 2012

La humildad y la mentira.

Humilde mentira: Te he mentido...pero solo la mitad de un poquito...
 
La Mentira confunde hasta a su propio creador, procura la humildad que te conduce a la aceptación inmanente de tu existencia, ya que lo que Es, Es... y con palabras no podrás cambiarlo.


La humildad es vivir en verdad, como decía Santa Teresa de Jesús. Por eso la humildad se opone a esa mentira radical que es la soberbia. El humilde ve la realidad como es, sin engaños ni deformaciones egoístas. Supera la visión deforme del vanidoso que se resiste a reconocer los propios defectos o limitaciones.

El humilde ve lo bueno como bueno, lo malo como malo y lo mediano como mediano. En la medida en que un hombre es más humilde crece una visión más correcta de la realidad. Cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque el diagnóstico o la cura le resulten dolorosos. El soberbio al no aceptar , o no ver, ese defecto no puede corregirlo, y se queda con él. El soberbio no se conoce o se conoce mal.

La lucha por ser humilde consistirá en intentar conocerse cada uno como Dios le conoce. Verse como Dios le ve. Dios ilumina a los hombres de buena voluntad. Los hombres hemos de mirar la verdad a la luz de Dios. Diversos santos han descrito los grados de humildad con una gran sabiduría. Aquí podemos reducir este proceso a un subir escalonado en el que los escalones son: conocerse, aceptarse, olvido de si, darse. Veamos estas etapas.
  
-Conocerse. Es el primer paso para conocer la verdad de uno mismo; por eso conocerse es el primer paso de la humildad. Ya los griegos antiguos ponían como una gran meta humana el aforismo: "Conócete a tí mismo". La Biblia dice a este respecto que es necesaria la humildad para ser sabios: Donde hay humildad hay sabiduría . Sin humildad no hay conocimiento de sí mismo, y, por tanto falta la sabiduría.

Pero conocerse no es fácil. La soberbia, que siempre está presente dentro del hombre, ensombrece la conciencia, embellece los defectos, busca justificaciones a los fallos y a los pecados. Para superar este obstáculo nebuloso del orgullo, que impide conocer la verdad interior de cada hombre, es conveniente un examen de conciencia valiente y humilde.

Un modo posible de realizar ese examen de conciencia puede ser:
Primero pedir luz al Espíritu Santo, y después mirar ordenadamente los hechos vividos, los hábitos o costumbres que se han enraizado más en la propia vida- pereza o laboriosidad, sensualidad o sobriedad, envidia o juicio malintencionado etc-, Dentro de esos hábitos o costumbres a los buenos se les llama virtudes por la fuerza que dan a los buenos deseos; a los malos los llamamos vicios, e inclinan al mal con más o menos fuerza según la profundidad de sus raíces en el actuar humano. Es útil buscar el defecto dominante para poder evitar las peores inclinaciones con más eficacia. También conviene conocer las cualidades mejores que se poseen, no para envanecerse, sino para dar gracias a Dios, ser optimista y desarrollar las buenas tendencias y virtudes.

-Aceptarse. Una vez se ha conseguido un conocimiento propio más o menos profundo viene el segundo escalón: aceptar la propia realidad. A veces puede resultar difícil, porque la soberbia se rebela cuando la realidad es fea o defectuosa. No es infrecuente que, ante un hecho, claramente malo, el orgullo se niegue a aceptar que aquella acción haya sido real, y se llega a pensar: "no puedo haberlo hecho", o bien "no es malo lo que hice", o incluso "la culpa es de los demás".

Si no se acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer su enfermedad: no podrá curarse. En cambio, si se acepta la realidad de un defecto, o de un error, o de una limitación, o de un pecado, al menos se sabe contra qué luchar y las posibilidades de victoria crecen, ya que no se camina a ciegas, sino que se conoce al enemigo.

Es distinto un pecado, de un error o una limitación, y conviene distinguirlos. Un pecado es un acto libre contra la ley de Dios que hace malo al hombre. Si es habitual y se repite con frecuencia, se convierte en vicio, requiriendo su desarraigo un tratamiento fuerte y constante. Para borrar un pecado basta con el arrepiento y el propósito de enmienda unidos a la absolución sacramental si es un pecado mortal y con acto de contrición si es venial. El vicio en cambio necesita mucha constancia en aplicar el remedio pues tiende a reproducir nuevos pecados.

Los errores son más fáciles de superar porque suelen ser involuntarios. Una vez descubiertos se pone el remedio y las cosas vuelven al cauce de la verdad. Si el defecto es una limitación, no es pecado, como no lo es ser poco inteligente o poco dotado para el arte. Pero, a veces, tampoco es fácil aceptar las propias limitaciones ya que puede resultar humillante no tener alguna cualidad muy apetecible. Es conocido el malestar que produce entre mucha gente joven no tener un físico suficientemente agradable, o incluso no tener bienes económicos. Ante esto es bueno recordar la advertencia del Señor nadie puede aumentar un codo su estatura. El que no acepta las propias limitaciones se expone a hacer el ridículo de una manera notable, por ejemplo, hablando de lo que no sabe, o alardeando de lo que no tiene.

En definitiva, la aceptación de uno mismo lleva a poder mejorar porque se es más humilde. Sin este escalón es fácil que se llegue a cumplir una mentira bastante frecuente: vive como piensas o acabarás pensando como vives. Es decir, cuando no se acepta que lo que se hace está mal hecho se intenta buscar teorías justificadoras del mal al cual no se acepta rectificar.

-Olvido de sí. Es un tercer paso. El orgullo y la soberbia llevan a que el pensamiento y la imaginación giren en tomo al propio yo. A veces ese "darse vueltas" llega a ser obsesivo. El pensar demasiado en uno mismo es compatible con saberse poca cosa, ya que el problema consiste en que se encuentra un cierto regusto incluso en la lamentación de los propios problemas. Parece imposible pero se pueda dar un goce en estar tristes, pero no es por la tristeza misma sino por pensar en sí mismo,que es el verdadero problema.


Si se ha seguido los escalones anteriores de procurar conocerse y de aceptar la propia realidad tal cual es, el tercer paso es altamente liberador, pues se trata de despreocuparse del propio yo. Este camino se llama olvido de sí. No podemos confundir el olvido de sí con el desinterés en el propio conocimiento, ni con la indiferencia ante los problemas; sino que se trata más bien de superar el pensar demasiado en uno mismo.

En la medida en que se consigue el olvido de sí, se consiguen también unos frutos de paz y de alegría, que pueden sorprender al que sea poco avisado en estos menesteres. Sin embargo, es lógico que sea así, pues la mayoría de las preocupaciones provienen de conceder demasiada importancia a los problemas, tanto cuando son reales como cuando son imaginarios. El que consigue el olvido de sí está en el polo opuesto del egoísta, que continuamente esta pendiente de lo que le gusta o le disgusta. Se puede decir que ha conseguido un grado aceptable de humildad. El olvido de sí conduce a un santo abandono, que consiste en una despreocupación responsable. Las cosas que ocurren -tristes o alegres- ya no preocupan, solo ocupan.

-Darse. Este es el grado más alto de la humildad, porque más que superar cosas malas se trata de vivir la caridad, es decir, vivir de amor. Si se han ido subiendo los escalones anteriores ha mejorado el conocimiento propio, la aceptación de la realidad y la superación del yo como eje de todos los pensamientos e imaginaciones. Si se mata el egoísmo se puede vivir el amor, porque o el amor mata al egoísmo o el egoísmo mata al amor.

En este nivel la humildad y la caridad llevan una a la otra. Una persona humilde al librarse de las alucinaciones de la soberbia ya es capaz de querer a los demás por sí mismos, y no sólo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos. El tú de los demás se convierte en un nuevo eje sobre el que gira la propia vida, este eje es mucho mas fructífero que el eje del ego.

No deja de ser una realidad ampliamente comprobada que, cuando la humildad llega al nivel de darse se experimenta más alegría, que cuando se busca el placer egoístamente. La única cita de palabras de Nuestro Señor no recogida en los Evangelios que encontramos en los Hechos de los Apóstoles, dice que se es mas feliz en dar que en recibir. La persona generosa experimenta una felicidad interior desconocida para el egoísta y el orgulloso.


La caridad,por otra parte, es amor a Dios. El Tú divino se convierte en el interlocutor de un diálogo diáfano y limpio, que sería imposible para el orgulloso, ya que no sabe querer, y además no sabe dejarse querer. Al crecer la humildad la mirada es más clara y se advierte más en toda su riqueza la Bondad y la Belleza divinas.

Por otra parte Dios se deleita en las personas humildes, y derrama en ellos sus gracias y dones con abundancia bien recibida. El humilde se convierte en la buena tierra que da fruto al recibir la semilla divina.

Tomado de: http://perso.wanadoo.es/enriquecases/vida_oculta/humildad.htm

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