En 1985, en un humilde poblado de tierra seca y paredes agrietadas, Mama Ayo criaba sola a sus tres hijos. Con el menor atado a su espalda y los mayores de pie a su lado, luchaba cada día entre el cansancio y la esperanza. No sabía leer, pero repetía siempre:
"Mis hijos estudiarán. Mis hijos curarán vidas."
Vendía leña, caminaba kilómetros por agua, y nunca dejó de creer, aunque a veces no tenía fuerzas para soñar.
Cuarenta años después, en 2025, Mama Ayo ya no cargaba niños en su espalda. La rodeaban tres hombres hechos y derechos, con batas blancas y sonrisas amplias: el pediatra, el cirujano y el médico rural. Sus hijos.
En la foto, ella no dice una palabra. Pero su mirada lo cuenta todo:
el hambre que aguantó, las lágrimas que escondió,
y el orgullo inmenso de haber roto un ciclo,
con amor, con fe, y con una promesa cumplida.
Y así, en el corazón de una madre, nació una generación de sanadores.
De la red.
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