Linda Ronstadt no gritaba: desarmaba. Su voz era como un rayo claro atravesando cualquier género. Podía cantar rock, country, boleros o standards de jazz… y siempre lo hacía con una autoridad feroz. Pero durante años, la industria la miró con recelo. Era mujer, latina, independiente. Y eso, en los 70, era más transgresor que cualquier solo de guitarra.
Comenzó en la escena folk, pero rápidamente se convirtió en una estrella del rock, liderando charts dominados por hombres. Con el disco Heart Like a Wheel, rompió récords, vendió millones y se ganó el respeto del público. Pero aún así, los críticos la juzgaban más por su físico o sus parejas que por su talento. A cada paso, tuvo que justificar su éxito.
Linda nunca pidió permiso. Hizo duetos con Sinatra, grabó rancheras cuando nadie apostaba por eso, se reinventó una y otra vez. Nunca se dejó encasillar. En una época donde las artistas eran moldeadas por ejecutivos, ella tomó el control total de su carrera. Su versión de “Blue Bayou” no es solo hermosa: es un grito de libertad.
En los 2010, Linda fue diagnosticada con Parkinson y perdió la capacidad de cantar. Pero su legado ya era inquebrantable. Porque lo que Linda Ronstadt hizo no fue solo cantar. Fue abrir un camino donde otras, décadas después, aún caminan.
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