El rey que murió por no ir al baño: el orgullo que lo destruyó desde dentro
Luis XIV, conocido como el Rey Sol, fue uno de los monarcas más poderosos y extravagantes de la historia de Europa. Gobernó Francia durante más de 70 años, rodeado de lujos, rituales, y una corte que lo veneraba casi como a un dios viviente.
Pero había algo que ni todo su poder podía controlar: su propio cuerpo.
Luis XIV sufría de un mal silencioso y vergonzoso: estreñimiento crónico. A medida que envejecía, sus problemas intestinales se volvieron más severos… pero él se negaba a recibir enemas o tratamientos médicos. ¿La razón? No quería mostrar debilidad. En su mente, un rey no podía doblegarse… ni siquiera ante la necesidad de ir al baño.
Los médicos le rogaban. Le ofrecían soluciones. Le advertían del peligro. Pero el Rey Sol lo rechazaba todo. “Un monarca no suplica alivio”, llegó a decir. Prefería sufrir en silencio antes que aceptar que algo tan humano lo derrotara.
El resultado fue tan absurdo como trágico.
Con el tiempo, su sistema digestivo colapsó. Su intestino se infectó, se llenó de abscesos, y comenzó a gangrenarse. El dolor era insoportable. Apenas podía caminar. Su cuerpo estaba literalmente pudriéndose desde dentro.
Aun así, se negaba a confesar que el problema era tan simple —y tan humano— como no poder ir al baño.
Finalmente, el 1 de septiembre de 1715, Luis XIV murió a los 76 años, rodeado de cortesanos, oro, incienso… y un olor que no podían disimular.
La autopsia fue brutal: su intestino grueso estaba necrosado, lleno de pus, y había comenzado a liberar toxinas al resto del cuerpo. La causa de muerte fue clara: orgullo, negación… y una severa obstrucción intestinal.
Murió como vivió: rodeado de poder, pero preso de su propio ego.
Hoy, la historia de Luis XIV no solo se recuerda por sus guerras, sus palacios y su legado… sino por una verdad incómoda:
Incluso el hombre más poderoso del mundo puede morir… por no querer ir al baño.
De la red.
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