
Recordemos la parábola del hijo pródigo. Muchos por ignorancia o egoismo, hemos actuado alguna vez como el hijo que siempre estuvo al lado del Padre, sabiendo que era co-propietario de todo lo que había fue capaz de reclamarle al Padre por las atenciones al hijo que viene de regreso, a su propio hermano. Gracias a Dios que no hizo como Caín con Abel!... Cuidémonos de esos sentimientos de envidia, de querer ser el centro de atención, de protagonismos innecesarios, y seamos colaboradores en la casa del Padre. Recordemos que nacimos para servir, que de la manera que juzgamos seremos juzgados, y que aquél que se humilla Dios lo eleva a su presencia, le da vestiduras nuevas, repara su espíritu quebrantado y le hace hombre nuevo. Esa es la maravilla! Dios les bendiga!
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