1ª ETAPA:
En esta primera etapa de oración el esfuerzo
del orante se concentra más que todo -y así debe ser- en evitar el pecado, aunque no siempre logra vencer el mal.
Como principiante tiene un conocimiento
rudimentario de sí mismo y de Dios. Poco a poco el Señor
le va descubriendo sus defectos y, si en lugar de excusarse, responde
generosamente a la gracia buscando corregirse, Dios le va develando al
alma su miseria y su pobreza, haciéndoselas ver a la luz de Su
Infinita Misericordia.
Aún ignora el amor propio y el egoísmo
que hay en su interior y se rebela con frecuencia al tener una
contrariedad o sufrir alguna corrección. No pocas veces ve estos
defectos mejor en los demás que en sí mismo, confirmando
la advertencia de Jesucristo: "¿Cómo es que miras
la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?" (Mt.7,
3).
Se puede decir que el principiante lleva dentro
de sí un diamante envuelto todavía en otros minerales inferiores,
y no conoce aún, ni el valor del diamante, ni la inferioridad de
lo que lo cubre.
Su conocimiento de Dios es incipiente: quizá a través de la naturaleza o de las parábolas
o de oraciones comunitarias o de la Liturgia. Aún no se ha familiarizado
con los misterios de la salvación ni puede penetrar en el misterio
de la Bondad Infinita de Dios.
Su amor a Dios es más bien
un santo temor por miedo al castigo; posteriormente éste se convierte
en miedo a ofender a Dios.
La oración del principiante es vocal, pudiendo ser de oraciones ya hechas u oraciones espontáneas, como
una conversación con Dios. Poco a poco la oración
se va simplificando cada vez más hasta intentar
la oración de recogimiento. Si el alma va respondiendo
generosamente a la gracia, el Señor suele enviar gozos sensibles
en la oración o en la lectura de la Palabra.
En esta etapa existe el peligro de habituarse
y complacerse demasiado en la gratificación que puede
venir con la oración de recogimiento, como si lo sensible fuera
un fin y no un medio. Se corre, entonces, el riesgo de caer en lo que
San Juan de la Cruz denomina "gula espiritual", y también en un inconsciente orgullo sobre las
cosas espirituales, al considerar inferiores a los demás.
Sin embargo, en esta etapa comienzan a brotar
los primeros grados de humildad, que hace que desconfiemos de
nuestras fuerzas y que confiemos en Dios.
2ª ETAPA:
Así como los Apóstoles sufrieron la
privación de la presencia física de Jesús durante
la Pasión y en ese momento de profunda crisis lo abandonaron y
Pedro llegó incluso a negarle, éste, por el fervor de su
arrepentimiento "lloró amargamente" (Mt.26, 75), y no sólo recuperó la gracia perdida, sino que fue ascendido
a un grado superior. El Señor lo curó de su presunción (cfr. Jn.13, 6-38) para que fuera más humilde, poniendo
su confianza en Dios y no en sí mismo.
No siempre la segunda conversión viene precedida -como en el caso de Pedro- de una caída más
o menos grave; podría venir en forma de una injusticia que se nos
hace, una persecución que debemos sufrir, etc. En este caso, el
Señor nos ayuda a perdonar al causante de nuestra situación.
En el caso de la caída, nos hace crecer -como Pedro- en humildad.
Podría venir también esta segunda conversión en ocasión
de la muerte de un ser querido, de una desgracia o fracaso, o de tantas
circunstancias que nos hacen ver la poca importancia de las cosas terrenas,
frente al gran valor de las cosas de Dios. Cualquiera que sea la situación,
si se aprovecha adecuadamente de acuerdo al plan de Dios, hace que el
alma pueda ascender a una etapa superior de la vida espiritual.
Esta purificación, correspondiente
a lo que San Juan de la Cruz denomina "Noche Oscura de los
Sentidos", consiste en una aridez o sequedad y hasta
dificultad para la oración, causadas precisamente por
el Señor, con la privación del alma del gozo o fervor llegado
a través de la mente o los sentidos, para introducirla en una nueva
modalidad de la gracia, la cual no es captada al principio por el alma.
Viene luego, una especial efusión
del Espíritu Santo, cuya influencia se nota en una mayor
apertura y docilidad del alma a sus inspiraciones.
En esta etapa de purificación en
la aridez es sumamente importante la perseverancia. Por encima de las apariencias Dios está presente y no debemos caer
en la tentación de dejar la oración.
Después de la segunda conversión el alma comienza a adentrarse en los Misterios de la Salvación, que van desde la infancia del Salvador y su vida pública, pasando
por la Pasión hasta Su Resurrección y Ascensión,
culminando con Pentecostés. Estos Misterios se nos ofrecen en toda
su riqueza a través del Rosario y del Vía
Crucis. En esta etapa el Rosario ya no es una repetición
mecánica de Ave Marías, sino la oportunidad para penetrar
en los Misterios de la Infancia, de la Pasión y de la Gloria de
Cristo. Se convierten así estas devociones en verdaderas
prácticas de contemplación y de influjo del Espíritu
Santo.
Los Misterios Gozosos nos muestran
las verdaderas alegrías que no mueren: la Anunciación del
Dios-hecho-Hombre, el Nacimiento del Salvador ... Los nuevos
Misterios Luminosos nos remiten a los hechos más importantes
de la vida pública de Jesús y nos invitan a seguirle, al
responder a su predicación del Reino y el llamado a la conversión
... Los Misterios Dolorosos y el Vía Crucis nos
muestran el valor del sufrimiento y nos enseñan también
a abrazar nuestra cruz, no sólo con resignación, sino con
alegría ... Los Misterios Gloriosos nos muestran,
frente a la fragilidad e insuficiencia de las cosas terrenas, el camino
que nos lleva a la perfecta felicidad en la eternidad.
En esta segunda etapa va recibiendo el alma nuevas
luces que a veces no comprende, pero que la ayudan a penetrar más y más el espíritu del Evangelio. Comienza a hacer vida la Palabra de Dios y la Eucaristía; empieza a sentir como propia la vida de la Iglesia, formando parte de alguna comunidad eclesial.
En su oración, dentro de la aridez propia
de esta etapa, pueden darse actos aislados de contemplación. Gran
impedimento para progresar es la presunción por la que uno cree
saberlo ya todo en la vida interior. Aunque las lecturas espirituales
son muy provechosas y necesarias, no debe dejarse la oración por
éstas. Dice un gran Doctor de la Iglesia, que más aprendió
orando al pie de un Crucifijo o frente al Sagrario, que en los libros
más sabios, pues en la oración íntima (Contemplación)
está el Espíritu que vivifica y en un instante instruye con una luz que hace comprender y hace vida, ideas muchas veces leídas
y escuchadas, pero no comprendidas plenamente.
Surgen en esta etapa otros frutos del Espíritu,
como la magnanimidad, la paciencia, la mansedumbre, la afabilidad, la
fidelidad o perseverancia, la templanza o dominio de sí. Se da,
además, la entrega total del alma a la Voluntad de Dios, llamada por Sta. Teresa "desposorio espiritual".
Sin embargo, en esta fase no queda el alma aún
libre de las interferencias de la sensibilidad de la carne y del mundo,
por lo cual a veces puede perder la paz y hasta retroceder y caer.
CARISMAS o
GRACIAS EXTRAORDINARIAS:
En esta segunda etapa y continuando en la siguiente
comienzan a surgir los Carismas o Dones Carismáticos, llamados
por los Místicos Gracias Extraordinarias, que
son dados para utilidad de la comunidad, pues su manifestación
está dirigida hacia la edificación de la fe y como auxilio
a la evangelización (cfr. 1ªCor.12, 7). Los diferentes
Carismas se describen también en 1ª Cor.12, 8-11 y 12, 28 -
Rom.12, 7 - Ef. 4, 11.
Los Carismas son, pues, dones espirituales, gratuitamente
derramados, que no dependen del mérito ni de la santidad personal,
ni tampoco son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, el ejercicio
abnegado de ellos de hecho produce progreso en la vida espiritual por
ser actos de servicio al prójimo.
3ª ETAPA:
La tercera conversión es
semejante a la de los Apóstoles cuando, después de la Ascensión,
se vieron privados totalmente de la presencia del Señor en la tierra.
Todavía quedan en el alma impurezas
que le impiden la total unión con Dios, que es la característica
de esta tercera etapa. Por ello debe pasar por la más difícil
de las purificaciones.
San Pedro nos dice es "preciso que todavía
seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad de
vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado
al fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor en
la Revelación de Jesucristo" (1ª Pe.1, 6-8).
San Juan de la Cruz describe la Noche Oscura por
la que el alma tiene que pasar para entrar en esta tercera etapa de unión
con Dios como "la fuerte lejía de la purgación de esta noche del espíritu, sin la cual no podrá venir a
la pureza de la unión divina". Esta tercera conversión
o Noche Oscura del Alma -como la llama San Juan de la Cruz- no
se trata de una aridez o sequedad, como en la segunda conversión,
sino que es una verdadera desolación de orden espiritual: mientras el alma anhela a Dios, se siente abandonada de El.
Debe entonces el alma caminar a oscuras
en pura fe. Tal como aconteció a los Apóstoles
el día de la Ascensión del Señor. Hasta ese momento
su intimidad con El iba siempre en aumento, pero ese día Jesús
subió al Cielo, de modo que ya no le verían más en
la tierra; les dejó privados de su presencia y de sus palabras
que les daban vida. Y debieron sentirse muy solos y aislados, pensando
en las dificultades de la misión que les había encomendado:
la conversión de un mundo impío, sumergido en los errores
del paganismo, y en las persecuciones y sufrimientos que les esperaban.
Debieron recordar entonces las palabras de Jesús: "Conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Divino Consolador
no vendrá a vosotros; mas si yo me voy, os lo enviaré"
(Jn.16, 7). Es decir, convenía que les privara de Su presencia
sensible, pues estaban aficcionados a la humanidad de Cristo y
no podían elevarse al amor espiritual de Su Divinidad: no estaban aún preparados para recibir al Espíritu Santo.
Al considerar esta privación de la presencia
terrena de Cristo que precedió a la profunda transformación
que los Apóstoles sufrieron en Pentecostés, podemos ver en qué consiste esta Noche Oscura y cuál es su finalidad: queda el alma envuelta en una verdadera noche espiritual al verse
privada de las luces que hasta ahora la iluminaban, para luego experimentar
una efusión especial de unión con Dios.
Sin embargo, explica San Juan de la Cruz, que esta
oscuridad no es realmente tal, sino más bien luz excesiva que encandila
al alma. "La Divina Sabiduría nos parece oscura por estar
muy sobre la natural capacidad de nuestra inteligencia y, cuanto más
nos embiste, más oscura nos parece".
En esta prueba, como en otras, debemos creer muy
firmemente en lo que el Señor nos ha dicho acerca de la eficacia
purificadora del sufrimiento y de la cruz, y esperar contra todas
las apariencias, orando continuamente.
Siguiendo a San Pablo: "Atribulados en
todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos,
mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en
nuestra persona el morir de Jesús, a fin de que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona" (2ª Cor.
4, 8-12).
Puede ir esta Noche Oscura acompañada de
grandes tentaciones, sobre todo contra la fe, como sucedió a muchos
santos, entre ellos a Santa Teresita del Niño Jesús y San
Vicente Paúl.
Así describe Santa Teresa de Jesús
esta Noche Oscura del Alma: "¡Oh válgame
Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece
un alma hasta que entre en la séptima morada ... Ningún
consuelo se admite en esta tempestad ... En fin, que ningún remedio
hay en esta tempestad, sino aguardar la misericordia de Dios, que a deshora
con una palabra suya o una ocasión, le quita todo tan de presto,
que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de
sol y de mucho más consuelo!"
Esta tercera fase lleva a la unión
total del alma con Dios, el más alto grado de unión
con Dios posible en la tierra. Sta. Teresa la define como el "Matrimonio
Espiritual". Es, según San Juan de la Cruz, "la
transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes
por total posesión de la una a la otra". Depende, entonces,
de una perfecta donación del alma a Dios y de Dios al alma.
(Es importante hacer notar que la diferencia, aunque
aparentemente sutil, de esta unión entre el alma con Dios de la
Mística Cristiana y la auto-divinización que es propuesta
fundamental del "New Age", a través del Monismo y del
Panteísmo, radica en dos cuestiones fundamentales: 1ª) El alma
humana no es parte, ni pasa a formar parte de la divinidad, como proponen
el Monismo y el Panteísmo. 2ª) La transformación total en
Dios de que habla San Juan de la Cruz no se da por "fusión"
con la divinidad, sino por "posesión": el alma se entrega
totalmente a Dios que la posee, tomando la dirección de toda su
vida e inspirándola en cada uno de sus actos, y la creatura posee
a su Dios, no sólo como a quien mora en ella, sino como a quien
la vivifica, la mueve y la gobierna).
Por eso San Pablo describe esta
etapa así: "Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo quien
vive en mí" (Gal. 2, 20).
Tomado de: http://www.buenanueva.net/oracion/14tresEtapasenVidaCont.htm