Especialmente; en nuestras visisitudes es cuando más Dios está dispuesto a socorrernos, porque sabe que le necesitamos. Pero dentro de su omnipotencia Dios requiere de nuestro permiso para obrar en estos asuntos, ya que nuestra propia libertad y nuestras acciones o pecados son en parte la limitación que le frena para obrar en nuestra vida tal y como El desea. He aquí la importancia y la necesidad de la oración contínua, y es por esto que recomendamos un cierto abandono a nuestra propia voluntad para darle paso a la suya. Pero practicar este abandono es cosa de valientes o de urgencia, porque para desarrollar esa unión es necesario morir a mucho y apostar por Dios, dándole paso a una fe viva en nuestro diario vivir. Y muchas veces la vida misma nos obliga a dar esos pasos. Pero el primer paso es orar, los demás pasos se podrían llamar pasos de fe bajo la tutela del Espíritu Santo, de tu decidirlo.
Al superar cada obstáculos durante una vida de oración, sin darte cuenta habrás crecido más de lo que jamás hubieras imaginado. Y sin darte cuenta, podrías hallarte un día orando sin siquiera haberlo pensado o decidido, unos podrían llamarlo el poder de la costumbre, pero la persona espiritual podría llamarle sencillamente comunión. Cuando esto ocurre, es en esos momentos cuando descubrimos que hemos recibido el don de la contemplación. Un regalo maravilloso...
Para poder comprender más sobre la práctica de la oración y el camino contemplativo decidimos sumar un capítulo sobre la oración contemplativa del trabajo de Pedro Finkler. El mismo se titula "Los Tres Caminos":
LOS TRES
CAMINOS
http://www.abandono.com/Oracion_contemplativa/Orcontemp/Orcontemp26.htm
Algunos contemplativos a veces experimentan
fenómenos espirituales extraordinarios. Otros hay que viven una estrecha unión con Dios en
medio del trabajo a lo largo de sus ocupaciones
ordinarias. En ambos casos puede tratarse de gracias especiales del
Señor, sin que ello quiera decir necesariamente que
se trate de una recompensa especial por méritos
personales. Todas las gracias son siempre gratuita
manifestación de la misericordia infinita del
Señor.
Es muy importante saber que tales manifestaciones, un
tanto excepcionales, de la bondad de Dios no constituyen un
elemento esencial de la vida contemplativa. Ser contemplativo no significa ser capaz de llegar a
tener éxtasis o arrobamientos extraordinarios. Si
únicamente fuese contemplativo aquel que es capaz de
experimentar en su persona tan singulares vivencias, los
verdaderos contemplativos serían
rarísimos.
En verdad, éxtasis o rapto espiritual son aspectos
nada comunes, pero meramente accidentales en la vida de
oración. Dios mismo se encarga de orientar la vida
espiritual de aquellos que se le entregan con gran amor y
simplicidad. Dios da a cada cual según su capacidad
innata o según la generosidad de amor y entrega
devota a él.
La vida de oración de cada uno no es un privilegio
que Dios hace únicamente a algunos de sus amigos. Es
un don que ofrece a todos por igual. Pero para que ello se
concrete en la vida de todos y cada uno de los llamados es
necesario colaborar con la gracia. Es precisamente
aquí, en el grado personal de generosidad y de
esfuerzo, donde se decide el sí o el no de la
cuestión. Ahora el lector podrá comprender por
qué algunas personas tienen que esforzarse tanto para
conseguir algún resultado positivo, mientras que
otros da la impresión de que lo tienen singularmente
fácil.
La realidad es que algunos andan tan perezosamente por el
camino de la espiritualidad que apenas si se nota progreso
alguno, mientras que otros, en cambio, rápidamente
recogen el delicioso fruto de la experiencia mística,
ciertamente extraordinaria. Hay quien, en un espacio breve
de tiempo relativamente corto, logra alcanzar una intimidad
mística profunda con el Señor. Consigue entrar
en unión íntima con él en cualquier
momento, en cualquier circunstancia y, aparentemente, por
cuanto tiempo desea. Y todo ello sin alterarse, sin perder
el control y el uso de todas sus facultades naturales y
espirituales. El hombre en oración o en
contemplación se convierte en un precioso joyero,
cuyo contenido es el propio Dios. Un templo transformado en
morada de Dios vivo.
El camino que lleva a la oración contemplativa es
arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con
perseverancia exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los
que logran alcanzar la cumbre de la contemplación.
Pero más reducido aún es el número de
los que llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa
experiencia de una profunda e íntima unión con
Dios.
Existen también los amigos privilegiados del
Señor. Éstos, por su sabiduría en las
cosas de Dios y por su fidelidad a la gracia, consiguen
gozar de los frutos de la contemplación tantas
cuantas veces quieren.
Precisamente por esa diversidad de dones y de
experiencias personales el director espiritual no debe nunca
proponer su propia experiencia mística como modelo a
seguir por los demás.
Todo el que quiera aprender a contemplar debe saber que
tiene que abrirse y preparar su propio camino. El
conocimiento previo de la experiencia ajena puede, sin
embargo, ser muy útil para la orientación
general en esa búsqueda. Pero es totalmente correcto
pensar que no hay dos contemplativos cuya vivencia en la
experiencia mística sea idéntica. Por eso es
siempre peligroso comparar la experiencia espiritual de los
demás con la propia. Si tal cosa hiciéramos,
podríamos incurrir en un grave error de
apreciación.
Es también necesario estar prevenidos contra
equívocos y engaños al leer libros que tratan
de asuntos o de biografías de ciertos santos. No todo
debe ser tomado al pie de la letra en esos ejemplos. No todo
lo que allí se dice se puede aplicar a un caso
particular. Lo más fácil es que cada uno trate
de hacer su descubrimiento personal de la oración
contemplativa. Después de este personal
descubrimiento, resulta generalmente más fácil
repetir la experiencia.
Existen tres caminos distintos de la gracia, para que el
contemplativo se decida a elegir según su propia
disposición. El primero es un camino de lucha: para
vencer los numerosos obstáculos que se interponen
entre Dios y quien le busca. Pero, al final, Dios acaba
siempre por desvelarse a quien, con sincero y ardiente
deseo, procura estar con él.
Conviene, sin embargo, tener presente que la
revelación que Dios hace de si mismo a quien lo busca
no quiere decir que se trate de una recompensa por el
esfuerzo hecho. El resultado que sigue a ese esfuerzo no es
nada más que un precioso don totalmente gratuito del
Señor. Sucede que ni la intensidad ni la frecuencia
de gozo en la contemplación son necesariamente
relativos al esfuerzo realizado para procurarla.
Son muchos los casos de contemplativos que tuvieron mucho
que trabajar y sufrir para descubrir ese precioso don de
Dios y, desde luego, sólo raras veces consiguieron
gozarlo verdaderamente. Todo esto es absolutamente normal y
no hay motivo para extrañarnos de ello. La gratuidad
es siempre un acontecimiento atípico en cuanto a su
frecuencia y en cuanto a su intensidad. El Señor
merece siempre respeto y gratitud por todo cuanto hace por
nosotros. En realidad, no merecemos nada por nosotros
mismos. Él no está obligado a darnos nada de
lo que le pidamos. Mas porque él nos ama más
que a cualquiera de sus criaturas, nos colma constantemente
de innumerables beneficios.
El segundo camino para llegar a descubrir la
contemplación puede pasar también por el
esfuerzo personal de penetración en el mundo
espiritual ayudado por la gracia omnipotente de Dios. Ocurre
que algunos descubren la contemplación al final de un
esfuerzo concentrado y persistente de investigación y
búsqueda. Muchos se valen para esto de una
metodología bastante racional, indicada en libros
más o menos especializados, como, por ejemplo,
éste que ahora lees. Los que descubren la
oración contemplativa por este camino tienen,
generalmente, cierta facilidad para entrar en
contemplación siempre que lo deseen.
Existe, en fin, un tercer camino. Consiste en una especie
de contagio espontáneo, que sufren personas
predispuestas para la vida contemplativa cuando viven en
contacto, más o menos intimo, con alguna persona
verdaderamente contemplativa.
El contemplativo es, de hecho, como un fuego que arde en
amor a Dios. Todo el que se aproxima a ese fuego no puede
menos de recibir también luz y calor. Y es muy raro
que esa persona no acabe por incendiarse igualmente de amor
a Dios. Cuando eso ocurre es siempre seguro que estamos
delante de una espléndida obra de la gracia.
Para la mayoría de las personas interesadas en
aprender a contemplar es sensato pensar que el segundo de
los caminos arriba indicados es más seguro. Para
obtener algo no muy fácil es mejor actuar en el
sentido propuesto por la sabiduría popular:
"Ayúdate, y Dios te ayudará". Te felicito,
querido lector, por tu voluntad y por tu decisión,
que tal vez tomes, para lanzarte con ánimo en busca
del precioso tesoro de la contemplación escondido en
tu generoso corazón. Un gran deseo de aproximarse
más a Dios, que te llama incesantemente para el amor,
garante de tu noble empresa.
Con todo, si la lectura de este libro no llegó a
sensibilizarte y a despertar en tu corazón cuando
menos un vago deseo de hacer la experiencia de la vida
contemplativa, no te perturbes, no te asustes. Nadie
está obligado a ser contemplativo. Un gran amor a
Dios puede expresarse de muchas y diferentes maneras.
Hay cristianos muy sencillos que andan por las altas
cumbres de la contemplación, sin que jamás
hayan oído esa palabra siquiera. Más
importante que saber rezar contemplativamente es amar de
manera sencilla y auténtica a nuestro Señor
Jesucristo. El que de veras ama a Dios y a sus hermanos en
Cristo vive prácticamente de modo mucho más
cristiano que aquel que no ama. Quien dice que ama a Dios y
al mismo tiempo maltrata a los hombres es un mentiroso, un
hipócrita. Quien ama a Dios no puede dejar de amar a
sus hermanos. Todos somos llamados a amar...
Así como hay muchas y diferentes maneras de amar,
así también hay modos muy distintos de
comunicarse con Dios. Quizá no sea muy fácil
para todos captar el sentido de todo cuanto se lee en este
libro. Habrá quien sólo llegue a comprender
esos textos después de una segunda o tercera lectura
atenta de los mismos. Si de veras estuvieras interesado en
aprender a rezar mejor, a rezar contemplativamente, tal vez
intentes profundizar y comprender este libro. El ha sido
escrito precisamente para ayudarte a descubrir lo que
deseas.
Quienes ya viven la gracia de la contemplación
podrán encontrar en la lectura de este libro la
confirmación de algunas de sus ideas, tal vez un poco
vacilantes, respecto del asunto. Se sentirán
más seguros y proseguirán con mayor entusiasmo
por el camino de su santificación. Probablemente
muchos de ellos se encontrarán descritos en estas
páginas.
A quienes hubieren leído este libro rogamos no
aconsejar su lectura a cualquier persona. Es conveniente
aconsejarlo únicamente a personas que tengan fe y que
buscan sinceramente progresar en la virtud. Las mentalidades
mundanas, más preocupadas en buscar
satisfacción, nada de esto pueden entender. Incluso
pueden ridiculizar a las personas que tratan de ir adelante
en la vida de oración.
Pseudoapóstoles perdidos en el activismo alienante
de las cosas de Dios podrían incluso afirmar que eso
de la oración y de la contemplación es cosa
del pasado, cosa de contemplativos clásicos,
encerrados voluntariamente en conventos de clausura. No
pueden entender que la oración y la
contemplación constituyen el alma de todo
apostolado.
Mas la verdad es que trabajo social o agitación en
medio de los "pobres", en fin, acción sin
oración, es algo apostólicamente
estéril. Puede ser filantropía o acción
social, cosas que tienen ciertamente su utilidad social,
pero que no deben confundirse nunca con el apostolado. El
verdadero contemplativo es siempre apostólico, porque
todo lo que viene de él, actitudes, palabras,
acciones, etc., lleva un mensaje evangélico a todos
aquellos con los que él entra en contacto.
Para comprender este libro es necesario leerlo del
principio al fin. Leer solamente algunas partes extrapoladas
de su contexto puede inducir a equívocos de
interpretación. Repetimos que este libro se escribió pensando
exclusivamente en personas interesadas de veras en
profundizar en su vida de oración. Sólo ellas
pueden entender correctamente el sentido de su contenido.
Para un materialista, este texto no tiene sentido.
Simplemente, no dice nada. Por eso no debe leerlo.
Interpretaría el sentido del mismo de manera
totalmente equivocada.
Para saber con mayor certeza si Dios nos llama
explícitamente o no a la vida contemplativa basta
consultar algunas señales que ordinariamente indican
una llamada inequívoca del Señor. El
interés o la curiosidad no siempre significan
atracción ejercida por la gracia. En todo caso, es
necesario examinar esa atracción y discernir con
cuidado su origen. A continuación, nos fijamos en
tres señales o indicios fiables de verdadera
vocación a la vida contemplativa:
1) Conciencia purificada de cualquier pecado deliberado.
Aquí no se habla de caídas involuntarias en
infidelidades objetivas o materiales cometidas por pura
fragilidad humana, a pesar de una comprobada buena voluntad.
Se trata, pues, de una conciencia firmemente probada de
adhesión a Dios, al menos en cuanto a la
intención y la simple y decidida voluntad de
seguirlo.
2) Deseo muy claro de preferir la oración
contemplativa a cualquier otra devoción personal.
3) Una especie de inquietud interior por buscar algo
más... Inquietud y deseo que no se calma con una
devoción exterior o interior, sino que desea algo
más, que deje en el fondo de su alma un vago
sentimiento de unión más íntima con
Dios.
La existencia simultánea de estos tres signos o
indicios es señal suficientemente segura para
comenzar el camino de iniciación a la oración
contemplativa. El que uno no tenga ese impulso inicial de
amor a Dios no es señal de que no tenga
vocación para este estilo de espiritualidad. El
sentimiento de amor a Dios no siempre es continuo y
permanente. Cualquier persona sinceramente entregada a Dios
puede dejar de experimentar sensiblemente ese amor por
algún tiempo y por diversos motivos.
Conviene recordar aquí que el amor de Dios es
siempre un don gratuito. Dios puede impedir que lo sintamos
para que el hombre no caiga en la tentación de pensar
que es cosa de él, porque eso sería orgullo.
Para que el hombre no caiga en esa tentación, Dios a
veces nos abandona a la aridez espiritual. De esta manera
protege a sus amigos de la ruina espiritual a que los
podría llevar el orgullo.
Cuando Dios ama a alguien con un amor especial, no lo
conduce por un camino fácil y trillado, sino que, si
él lo estima necesario, lo purifica, lo corrige, lo
arrastra si es preciso... Dios hace con nosotros algo
así como hace la madre con su hijito asustado:
además de los gratos momentos de cariños y
carantoñas, están los del baño y la
limpieza cotidiana, la corrección, los cachetes...
Todo ello por exigencias del amor. Mas no todos entienden
así el amor de Dios. Él no nos ama para
divertirse a nuestra costa. Nos ama, sencillamente, porque
quiere vernos felices para siempre.
Puede suceder también que Dios retire el don de su
amor. Esto ocurre cuando el aprendiz de contemplación
comienza a pensar que todo cuanto acontece con él en
la oración son fenómenos puramente naturales o
psicológicos. Hay casos en que Dios puede esconderse,
de manera que el contemplativo deja de verlo más. Es
como si Dios no existiese ya para él.
Si tal ocurre, el aprendiz de contemplación debe
saber que su amable Señor se esconde para que esa
persona que desea amarlo se vea obligado a insistir en su
búsqueda. Todos tenemos experiencia de cuánto
sobrestimamos lo que habíamos perdido, una vez que lo
hallamos o recuperamos.
Pues ese reforzado amor hacia aquel que, perdido, lo
recupera el contemplativo principiante es, por otra parte,
señal inequívoca de la llamada de Dios a una
mayor intimidad con El. La alegría sentida por
encontrar, al fin, lo que buscaba es la respuesta a su deseo
y al sufrimiento sentidos durante la aflicción que
necesariamente lleva consigo la anhelante búsqueda.
Cuanto mayor es la alegría del reencuentro, tanto
mayor es la señal inequívoca de la voluntad
del Señor de atraer a esa alma toda para si.
Dios nunca toma en cuenta el pasado del pecador
arrepentido. Tampoco nos exige que seamos perfectos.
Él mide nuestro valor por nuestro deseo de amarlo,
de vivir íntimamente unidos a él. Afirma
elocuentemente san Gregorio: "Todos los deseos santos
aumentan de intensidad según la demora en que
éstos se cumplan. El deseo que se desvanece con la
tardanza en cumplirse nunca fue santo".
El deseo episódico de encontrar al Señor en
la oración no siempre corresponde a un deseo
verdaderamente santo. Puede no pasar de un deseo natural de
practicar el bien o que aún no es propiamente un
leseo santo. El esfuerzo constante en evitar el pecado y
practicar el bien constituye un terreno favorable para hacer
surgir un deseo, verdaderamente santo, de vivir más
unido al Señor. Si ese deseo aparece en el
corazón le la persona que se encuentra en esas
condiciones, esa persona debe saber que se encuentra ante el
camino abierto a la experiencia de la oración
contemplativa auténtica.
Pueden accesar el libro en su totalidad en esta dirección:
Pedro
Finkler - La oración
contemplativa
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