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martes, 11 de octubre de 2011

Niñez Mexicana, sin esperanza (artículo conmovedor y triste)



“Había una vez un sicario…”. Es el inicio de un cuento escrito por Jaime, alumno de tercer año en una primaria encallada en las faldas del cerro Loma Larga, en el centro de esta ciudad.

La suya podría ser cualquier escuela de la colonia Independencia, tomada la región por el crimen organizado, como tantas más.

Contaminado con el miedo, asfixia la tensión en el aire. La histeria es colectiva. Cada vez son menos los niños que asisten a sus escuelas por el riesgo de salir a las calles de su barrio, donde las balaceras son moneda de cambio.

En la cima del cerro no hay “Dios” ni “reglas”. Ahí, donde prenden fuego a los perros vivos, corre la violencia como epidemia. La policía “difícilmente” entra. Los militares hacen rondines de vez en vez sobre “rinocerontes” y la Marina vigila por aire, en helicópteros de guerra.

Bajo ese clima, conviviendo con la muerte, con la violencia, los niños respiran, aspiran, se inspiran. Generaciones que van creciendo y que se forman en un entorno violento.

Insuficientes los esfuerzos de la comunidad por proteger a sus niños, algunas escuelas públicas dieron entrada a programas que la organización humanitaria Save the Children ha impulsado en zonas de conflicto para manejar la violencia y salvaguardar de ella a los menores.

Quebrantada su infancia para algunos, a su corta edad necesitan un remanso de paz, cuentan los promotores de los talleres, que en su tarea han visto la muerte a los ojos.

Durante los cursos, los pequeños están tranquilos, contentos. Sonrisas pasajeras, dicen los promotores. Conmovedora la imagen, los niños le roban una carcajada a la tristeza. “Afuera –en la calle–, son otros. Hablan y pelean como grandes”.

Los talleres se imparten semanalmente con distintos temas: ecología, derechos humanos, adicciones, vocación profesional. La violencia aparece siempre. Sea o no el tema en turno, ahí aparecen las armas.

Los activistas han tenido que sortear la adversidad. Si el director de una escuela toca la alarma, es porque alguna madre los ha alertado que asoma el viento que rasga. Todos corren a sus salones. Los niños comen el almuerzo debajo de sus pupitres. Prohibido levantarse, cuentan chistes y trabalenguas hasta que la balacera cesa. Contraste absoluto entre las carcajadas con el rugir del plomo en las calles, en el momento no se habla del tema.

Las historias de los niños, que van de los siete a los 11 años, golpean de tanta sangre, tanta muerte, tanta ofensa. Llega una detrás de la otra, como olas que rompen en las piedras. Las cuentan en primera persona. Ellos las sufrieron.

“Desgraciadamente sabemos que no todos van a salvarse. Todo su entorno gira entre armas, crímenes, negocios sucios. Te das cuenta que, saliendo de la primaria, muy probablemente van a seguir por ese mundo. Porque para ellos, en su cabeza, es una manera de sobrevivir allá arriba (en el cerro).”

La mayoría cree que terminar con tanta violencia se logra con más violencia. Son muchos los que piensan que debería matarse a todos los “malos”. Otros más esperan que “alguien” llegue a salvarlos.

Su hijo Pedro, al límite de la inocencia, termina con su voz de niño: “Si hubiera más escuelas de música que tienditas con droga en las esquinas, habría más guitarras que metralletas, más artistas que asesinos”.

Tomado de: La página de Facebook del Dr. Jalil Sued Badillo y http://www.el5antuario.org/2011_04_27_archive.html

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