El místico Al-Hallaj[1] (857-922), a los cuarenta años expresa su desacuerdo con los juristas y los tradicionalistas y se va a predicar directamente al pueblo sus principios de vida espiritual[2], es acusado por los políticos de agitador, por los doctores de la Ley de confundir lo humano con lo divino, y por los propios maestros sufís de quebrantar la “disciplina del arcano”, divulgando sin discernimiento los secretos divinos, o sea, en “arroz y habichuelas”, según los sufís esa filosofía era para unos “escogidos” o “probados”…gran error que todavía hoy los pseudolíderes religiosos continúan repitiendo, sin reconocer que uno de los beneficios que muestra la historia, es el de aprender de los errores del pasado. Tal fue el sentido de la presencia íntima de Dios en al-Hallaj, que a veces parecía ser la identificación de sí mismo con Dios[3]. De él se informa, que ha hecho una declaración - "¡Yo soy la Verdad!"… lo cual causó tal indignación que fue encarcelado durante ocho años y en 922 ejecutado por crucifixión. Su hijo nos narra sus últimas palabras:
“Y le oí clamar y decir en voz muy alta: “¡Lo que quiere el místico es al Único, solo con él mismo!”. Luego recitó este versículo: “Aquellos que no creen en la hora ultima son arrastrados a ella aprisa, mas quienes creen la esperan con temor reverente, pues saben que ella es la Verdad[4]”…Le fue cortado el cuello, y se enrolló luego su cuerpo en una estera, sobre la cual se derramó petróleo, que se prendió. Seguidamente, se llevaron sus cenizas a lo alto del alminar para que las dispersara el viento[5]”.
Su cabeza fue clavada en una lanza y expuesta durante dos días en el puente Tigris. Luego fue recogida, junto a sus manos y pies y enterrada en una tumba que se levanta en la orilla del río y todavía hoy es lugar de peregrinación para todos los musulmanes, cuando las cenizas del resto de su cuerpo fueron arrojadas al fuego, cuenta su hermana que Al-Hállaj se le apareció y le dijo:
"Cuando me han cortado las manos y los pies, mi corazón estaba lleno de amor; cuando me crucificaron, contemplaba a mi señor y no sé lo que me han hecho; cuando me han quemado, los ángeles han bajado del cielo para abrigarme con sus alas y me han llevado ante el trono y me han dicho: "llena tus ojos... ¡ya nunca más estaré oculto para ti!
[1] (Huseein Ibn Mansur, 866-922). Místico Sufi, discípulo del célebre Maestro Junsid de Bagdad. Predicó luego su propia doctrina en la India y en el Turquestán, regresando luego a Bagdad, donde fue condenado a muerte aparentemente por haber expuesto públicamente la Doctrina Oculta. No obstante fue años después muy venerado. En su Mensaje de Navidad 1967-1968, el Maestro Samael dedica todo un capitulo a la historia de este Gran Maestro, en el cual le llama "El Cristo Sufi", "El Omnicósmico" o el “Crucificado de Bagdad”.
[2] Viviendo como un predicador errante recorre Irán, India, Turkestán, hasta llegar a las fronteras de China, invitando a hombres y mujeres a unirse a Dios y con el tiempo, reuniendo un gran número de discípulos.
[3] Lo mismo ocurrió con Santa Catalina de Siena (1347 – 1380); quien tenía la gracia extraordinaria de “permitirle” a Dios entrar en su cuerpo y hablar a través de ella (el término más bien conocido como “médium”; pero malinterpretado y adjudicado solamente a la práctica del espiritismo; ocultismo o satanismo, entre otras prácticas), llegando a ser consejera del Papa Gregorio XII; y reconocida también bajo los títulos de virgen; doctora y conciliadora de la Iglesia, muere a los treinta y tres años.
[4] Corán. XI -11, 17.
[5] L. Massignon. La Pasión de Hallaj: mártir místico del islam. Paidós Ibérica, Barcelona. 1999. Págs. 430 – 435.
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