Con los nervios a flor de piel, se armó de valor y se acercó para pedirle un autógrafo. Moore sonrió con amabilidad, le preguntó su nombre y estampó la firma en el reverso de su boleto de avión. El niño lo miró ilusionado hasta que notó un detalle: no decía “James Bond”, decía “Roger Moore”.
Desconcertado, Marc corrió hacia su abuelo y le explicó que el señor se había equivocado. El abuelo, divertido, volvió con Moore y le contó lo que pasaba. Entonces, la cara del actor se iluminó: entendió al instante.
Llamó a Marc, se inclinó hacia él, miró a ambos lados con gesto serio y levantando la ceja le susurró:
“Escucha… tengo que firmar como Roger Moore. Si firmo como James Bond, Blofeld podría descubrir que estoy aquí.”
El niño volvió emocionado a su asiento, convencido de haber sido parte de una misión secreta para proteger la identidad del agente 007.
Pasaron las décadas. Marc se convirtió en guionista y un día coincidió con Moore en una grabación. Durante una pausa, Marc se animó a contarle aquella historia de cuando era niño. Moore rió y le respondió delante de todos: “Bueno, no lo recuerdo, pero me alegra que hayas conocido a James Bond.” En ese momento se sintió algo triste de que el actor no pudiera recordar aquel momento.
Pero la sorpresa llegó al final. Al terminar la jornada, Moore se acercó a Marc en un pasillo, lo miró, levantó la ceja y con la misma complicidad de aquel día en Niza, le susurró:
“Por supuesto que lo recuerdo… pero no podía decir nada allí. Alguno de esos camarógrafos podría estar trabajando para Blofeld.”
Marc salió de ahí igual de emocionado que cuando tenía 7 años.
De la red...
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