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jueves, 30 de enero de 2020

Solo tres palabras: Hacer el bien.

Si tienes la capacidad de comprometer a determinada persona a hacer el bien, y lo hace. Puedes lograr mucho más de lo que esperas. La sensación y gracia que ofrecen la práctica del proverbio "Hacer el bien sin mirar a quién" está basado en las experiencias de haber hecho, y luego en la sensación de haber recibido. Es el sentimiento único de gratificación que solo hacer el bien puede ofrecer y el mayor estimulante para continuar haciéndolo.

Al comprometer a una persona a hacer el bien le estás brindando la oportunidad de pasar por la experiencia de ser social y moralmente útil. También a poder discernir en una mejor toma de decisiones. A veces hacemos el bien esperando algo a cambio, o reconocimiento, o que nos deban un favor para en el futuro cobrarlo de alguna manera. Pero, cuando lo hacemos desinteresadamente, o por el simple compromiso moral y ético de saber qué podemos hacer, y lo hacemos, es entonces cuando, sin darnos cuenta, abrimos la puerta de la gracia para que en el futuro sea la vida misma la que nos devuelva, en su momento determinado, ese favor. Sin contar el sentimiento de gratificación que al momento nos cubre.

Si logras comprometer a álguien a hacer un bien, y la persona descubre por sí misma el gran regalo que está haciendo siendo, y decide continuar haciéndolo o siendo, la vida misma te deberá un favor que será recompensado en su momento. Y probablemente, le habrás hecho el regalo más grande que cualquier persona necesita recibir: El ser útil, capaz, el ser uno con Dios siéndolo con el otro. El compromiso de hacer, y no hacer cualquier cosa, sino hacer un bien determinado sin esperar nada a cambio, quizás a base de un sacrificio personal, de tiempo, económico y trabajo, siempre es recompensado sobremanera. Y también es la mejor forma de intentar ser como alguna vez fue Jesús. Como dice la canción que tarareamos cada domingo en Misa, y a veces sin profundizar en sus palabras, repetimos como el papagayo: "Amar es darse a todos los hermanos, uniendo en nuestras manos el gozo y el dolor. Y al amarnos el mundo se renueva, la vida siempre es nueva, siempre es nuevo el amor."

Sé que la cantaste, ahora... ¿Profundizaste en sus palabras? Amar es darse. Hacer. Y no es hacer cualquier cosa, hacer para otros, en lo bueno y en lo malo, estar ahí. Ser uno con el otro, hacer comunidad. Amar es la única manera de renovar un mundo caído, unas esperanzas casi muertas para algunos, y brindar una estación de eterna primavera al corazón del ser humano, que tanto lo necesita. Amar es hacer el bien. Hacer el bien es amar. Así de simple. Hoy necesita otro, mañana necesitarás tú.

Como conclusión: Son solo tres palabras, pero no tres palabras cualquiera. Tres palabras que describen el legado de los grandes. Poder hacer el bien. Poder hacer el bien siempre es y será una bendición a la puerta de la esquina, un regalo, no un trabajo. Un compromiso siempre se puede convertir en un regalo y aplicar valores en la mejor virtud. Aplicar la ética siempre, negarse a practicar la doble vara o doble moral. Ver en el prójimo a un ser humano, y no a un correligionario, ese debe ser el siguiente paso para ser mejores. Para abrir la puerta de la gracia que esperamos, o simplemente para encontrar a ese Dios en quien creer. Hay muchas oportunidades en la calle para aplicar estas palabras. Pero el mejor lugar siempre ha estado ahí: Nuestro entorno. No hay que ir lejos para sentir que somos útiles. Esa capacidad debe comenzar donde no se nos ve, o donde no se espera, o donde se nos menosprecia. En la casa, en el trabajo, en tu vecindario. Comencemos, para luego ver a dónde la vida nos lleva. Dios les bendiga.

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