A veces llamas a la musa, y resulta que ella, sabiéndose imprescindible y de singular belleza, juega a esconder...incluso, hace como que se va para siempre.
Cuando estas cosas pasan, a veces corro tras ella desesperado, pero la gran parte del tiempo resulta inútil, porque la musa es como un susurro de Dios, que no se percibe en la agitación, solo en la calma. Otras veces ocupo mi mente en tres cosas: planes para volverla a conquistar, oración, entretenimiento...para despejar la mente. A veces, con el entretenimiento ella, carcomida por el celo de pasar a segundo plano, intenta llamarme la atención y es entonces cuando por sorpresa la tomo, la hago mía, la encarcelo entre cabeza y pecho, y no la dejo ir.... Luego surge el hijo de ese apasionado encuentro: El arte.
Cierta vez un colega educador y músico me mencionó tras leer algunos de mis escritos, que en algunas posturas parecía ingenuo, fue entonces cuando descubrí el porqué solo educaba ( muy a su manera)... y no ejercía su arte. El arte requiere ingenuidad, sin esta no se puede ver futuro donde solo hay presente, sin esta no se puede parirle hijos a la nada, sin esta no se puede percibir el fruto de lo inexistente, sin esta... no hay arte. Enseñar en el mundo de las artes sin un poco de locura e ingenuidad es como intentar hablar en blanco y negro en un mundo colorido. Se vuelve algo insípido, inconcluso, mediocre.
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