“A veces se dice que la religión promete una vida mejor
si se soporta hoy más de lo que la dignidad humana debería permitir. El hecho
de una recompensa ulterior no exime al hombre de la obligación de luchar por
los derechos personales, sociales, éticos, de la patria, de la humanidad. Si
una persona aguanta sin luchar por sus derechos pensando en el Paraíso,
efectivamente está bajo los efectos del opio. Los pueblos que han sufrido
persecuciones y destrucciones – como los tres grandes genocidios del siglo
pasado: armenios, judíos y ucranianos – lucharon, en su mayoría, por la
liberación. Puede ser que algunos hayan sentido que no tenían la fuerza
suficiente y se hayan encomendado a Dios sin hacer lo que tenían que hacer. La
doctrina católica dice que las cosas humanas tienen su autonomía, que Dios se
las ha dado, y uno no puede eximirse de progresar remitiéndose al Paraíso. Uno
tiene que luchar por el progreso en todo sentido: el progreso moral, el
científico, el educativo, el laboral. Y hay que luchar para no opiarse.”[1]
El
Papa actual de la Iglesia Católica, el argentino Jorge Bergoglio, en una
reciente publicación hecha a modo de conversatorio temático entre él y un
homónimo judío, el rabino Abraham Skorka,[2] comparte también sus
preocupaciones de índole religioso, al definir las debilidades de los sistemas comunistas
y capitalistas:
“En la concepción inmanente del sistema comunista,
todo aquello que es trascendente y marca una esperanza mas allá, paraliza el
quehacer del acá. Por lo tanto, al paralizar al hombre es un opio que lo hace
conformista, lo hace aguantar, no lo deja progresar. Pero no es una concepción
única del sistema comunista. El sistema capitalista también tiene su perversión
espiritual: domesticar la religión. La domestica para que no moleste tanto, la
mundaniza. Se da cierta trascendencia, pero un poquito, nomás. En los dos sistemas
antagónicos puede haber una concepción de opio, el comunista porque quiere que
todo el trabajo sea para el progreso del hombre, concepción que ya venía de
Nietzsche. Y el capitalista porque tolera una especie de trascendencia
domesticada que se manifiesta en el espíritu mundano… Serían buenos modales y
malas costumbres: civilización del consumismo, del hedonismo, del arreglo
político entre las potencias o sectores políticos, el reino del dinero. Son
todas manifestaciones de mundanidad.”[3]
Debemos señalar que la historia a finales de la década
de los ‘80 ha cambiado y el ser humano ha evolucionado. Aquel que no logró vivirla
no pudo presenciar el fin de la guerra
fría, la disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, lo
cual simboliza en nuestra historia el fin de la ideología comunista como opción
por lo menos fuerte, en comparación con el capitalismo. Ante este
cambio histórico, el Papa Juan Pablo II declaró que al acabar con el comunismo
había que luchar por erradicar el capitalismo salvaje, que esa victoria no
justificaba el dominio incontrolado del capital sobre los hombres y los
pueblos,[4]
que el capitalismo era igual de malo o peor que el mismo comunismo contra el
cual él luchó toda su vida, aunque declara tener miedo ante una tercera
vía:
"Tengo
miedo de que esta tercera vía sea otra utopía. Por una parte tenemos el
comunismo, que es una utopía que, en la práctica, ha fracasado trágicamente.
Por otra está el capitalismo, que en su dimensión práctica, en sus principios
básicos, sería aceptable desde el punto de vista de la doctrina social de la
Iglesia, ya que bajo varios aspectos se muestra conforme con la ley
natural". Sin embargo, "dentro de esta práctica de por sí aceptable
se producen abusos -diferentes formas de injusticia, de explotación, de
violencia y de prepotencia-, y entonces se llega a las formas del capitalismo
salvaje. Son los abusos del capitalismo lo que hay que condenar".[5]
La periodista y escritora estadounidense Frances
Lebowitz expone algo parecido en una de sus frases famosas que nos pone a
pensar: “En la Unión Soviética, el
capitalismo triunfó sobre el comunismo. En este país, el capitalismo triunfó
sobre la democracia.”[6] Desgraciadamente, tanto en
los Estados Unidos como en Puerto Rico, no existe una democracia como tal, sino
una partidocracia, algo que ambas sociedades debemos de superar.[7]
[1] Cuando el Papa Francisco utiliza el término opiarse. Hace referencia a las palabras de Karl Marx en su publicacion de 1844: "Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel", donde señala a las religiones como el opio de los pueblos. Con estas palabras presenta una apología religiosa ante las
palabras de Marx. (Jorge Bergoglio y Abraham Skorka. Sobre el Cielo y la Tierra, [Estados Unidos; 1ra ed., 2013], 145).
[2] Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano, promotor del dialogo
interreligioso. (Ibíd, contraportada)
[3] Jorge Bergoglio y Abraham Skorka. Sobre el Cielo y la Tierra, (Ibíd, 143-144.)
[4]
Reportaje | Beatificación de Juan Pablo II - ABC - ABC.es. Internet, disponible desde http://www.abc.es/especiales/beatificacion-juan-pablo-II/jp.asp,
accesado en mayo de 2013.
[5]
Aceprensa | El Papa ante el comunismo y
el capitalismo. Internet, disponible desde http://www.aceprensa.com/articles/el-papa-ante-el-comunismo-y-el-capitalismo/,
accesado en mayo de 2013.
[6]
Frases de Fran Lebowitz. Internet, disponible desde http://www.frasesgo.com/autores/frases-de-fran_lebowitz.html,
accesado en febrero de 2014.
[7] Puede parecer irónico, pero la partidocracia se puede definir como
el poder, del poder. El término “partidocracia” es usado para aludir al
gobierno de los partidos políticos, o
sea la gran influencia social de los mismos; y fue empleada a comienzos del siglo
XX por los gobiernos conservadores, especialmente el nazismo, el fascismo y el
franquismo para criticar a los partidos de masas y la influencia disolvente de
las tradiciones familiares y religiosas. Sin embargo, esta crítica al dominio
de los partidos políticos fue retomada a partir de 1970, por una corriente
totalmente opuesta, por la ideología
llamada de izquierda, con partido único, que acusó a los regímenes
pluralistas, sobre todo bipartidistas, de consolidar el orden existente, las
tradiciones, en lugar de propugnar cambios, y de que quienes se alinean en un
partido, lo hacen para lucrar en lugar de hacerlo para favorecer el bien común,
y cada partido tiende a destruir a su adversario político en lugar de
complementarlo. Otra crítica estuvo vinculada a la gran burocratización
partidaria y a que se favorezcan desde los partidos a ciertas personas o
sectores sociales, no por sus esfuerzos o aptitudes sino por estar afiliados o
votar al partido, que selecciona candidato y luego, una vez que asumen el mando,
los controlan. Los partidos se convierten en un modo de escalar posiciones
sociales y de controlar a la sociedad, más que a servir a sus intereses; es por
eso que ya no son un instrumento de la democracia. En general son pocos
partidos fuertes los que concentran el poder, y quienes no están de acuerdo con
ellos, solo pueden actuar a través de grupos de presión. (Concepto de
partidocracia - Definición en
DeConceptos.com. Internet, disponible desde http://deconceptos.com/ciencias-juridicas/partidocracia#ixzz2u3pxqnWy,
accesado en febrero de 2014.)
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