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domingo, 23 de febrero de 2014

No opiarse...


“A veces se dice que la religión promete una vida mejor si se soporta hoy más de lo que la dignidad humana debería permitir. El hecho de una recompensa ulterior no exime al hombre de la obligación de luchar por los derechos personales, sociales, éticos, de la patria, de la humanidad. Si una persona aguanta sin luchar por sus derechos pensando en el Paraíso, efectivamente está bajo los efectos del opio. Los pueblos que han sufrido persecuciones y destrucciones – como los tres grandes genocidios del siglo pasado: armenios, judíos y ucranianos – lucharon, en su mayoría, por la liberación. Puede ser que algunos hayan sentido que no tenían la fuerza suficiente y se hayan encomendado a Dios sin hacer lo que tenían que hacer. La doctrina católica dice que las cosas humanas tienen su autonomía, que Dios se las ha dado, y uno no puede eximirse de progresar remitiéndose al Paraíso. Uno tiene que luchar por el progreso en todo sentido: el progreso moral, el científico, el educativo, el laboral. Y hay que luchar para no opiarse.”[1]

El Papa actual de la Iglesia Católica, el argentino Jorge Bergoglio, en una reciente publicación hecha a modo de conversatorio temático entre él y un homónimo judío, el rabino Abraham Skorka,[2] comparte también sus preocupaciones de índole religioso, al definir las debilidades de los sistemas comunistas y capitalistas:
“En la concepción inmanente del sistema comunista, todo aquello que es trascendente y marca una esperanza mas allá, paraliza el quehacer del acá. Por lo tanto, al paralizar al hombre es un opio que lo hace conformista, lo hace aguantar, no lo deja progresar. Pero no es una concepción única del sistema comunista. El sistema capitalista también tiene su perversión espiritual: domesticar la religión. La domestica para que no moleste tanto, la mundaniza. Se da cierta trascendencia, pero un poquito, nomás. En los dos sistemas antagónicos puede haber una concepción de opio, el comunista porque quiere que todo el trabajo sea para el progreso del hombre, concepción que ya venía de Nietzsche. Y el capitalista porque tolera una especie de trascendencia domesticada que se manifiesta en el espíritu mundano… Serían buenos modales y malas costumbres: civilización del consumismo, del hedonismo, del arreglo político entre las potencias o sectores políticos, el reino del dinero. Son todas manifestaciones de mundanidad.”[3]
                Debemos señalar que la historia a finales de la década de los ‘80 ha cambiado y el ser humano ha evolucionado. Aquel que no logró vivirla  no pudo presenciar el fin de la guerra fría, la disolución de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, lo cual simboliza en nuestra historia el fin de la ideología comunista como opción por lo menos fuerte, en comparación con el capitalismo. Ante este cambio histórico, el Papa Juan Pablo II declaró que al acabar con el comunismo había que luchar por erradicar el capitalismo salvaje, que esa victoria no justificaba el dominio incontrolado del capital sobre los hombres y los pueblos,[4] que el capitalismo era igual de malo o peor que el mismo comunismo contra el cual él luchó toda su vida, aunque declara tener miedo ante una  tercera vía:
 "Tengo miedo de que esta tercera vía sea otra utopía. Por una parte tenemos el comunismo, que es una utopía que, en la práctica, ha fracasado trágicamente. Por otra está el capitalismo, que en su dimensión práctica, en sus principios básicos, sería aceptable desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia, ya que bajo varios aspectos se muestra conforme con la ley natural". Sin embargo, "dentro de esta práctica de por sí aceptable se producen abusos -diferentes formas de injusticia, de explotación, de violencia y de prepotencia-, y entonces se llega a las formas del capitalismo salvaje. Son los abusos del capitalismo lo que hay que condenar".[5]
La periodista y escritora estadounidense Frances Lebowitz expone algo parecido en una de sus frases famosas que nos pone a pensar: “En la Unión Soviética, el capitalismo triunfó sobre el comunismo. En este país, el capitalismo triunfó sobre la democracia.”[6] Desgraciadamente, tanto en los Estados Unidos como en Puerto Rico, no existe una democracia como tal, sino una partidocracia, algo que ambas sociedades debemos de superar.[7]   


[1] Cuando el Papa Francisco utiliza el término opiarse. Hace referencia a las palabras de Karl Marx en su publicacion de 1844: "Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel", donde señala a las religiones como el opio de los pueblos. Con estas palabras presenta una apología religiosa ante las palabras de Marx. (Jorge Bergoglio y Abraham Skorka. Sobre el Cielo y la Tierra, [Estados Unidos; 1ra ed., 2013], 145).
[2] Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano, promotor del dialogo interreligioso. (Ibíd, contraportada)
[3] Jorge Bergoglio y Abraham Skorka. Sobre el Cielo y la Tierra, (Ibíd,  143-144.)
[4] Reportaje | Beatificación de Juan Pablo II - ABC - ABC.es. Internet, disponible desde http://www.abc.es/especiales/beatificacion-juan-pablo-II/jp.asp, accesado en mayo de 2013.
[5] Aceprensa | El Papa ante el comunismo y el capitalismo. Internet, disponible desde http://www.aceprensa.com/articles/el-papa-ante-el-comunismo-y-el-capitalismo/, accesado en mayo de 2013.
[6] Frases de Fran Lebowitz. Internet, disponible desde http://www.frasesgo.com/autores/frases-de-fran_lebowitz.html, accesado en febrero de 2014.
[7] Puede parecer irónico, pero la partidocracia se puede definir como el poder, del poder. El término “partidocracia” es usado para aludir al gobierno  de los partidos políticos, o sea la gran influencia social de los mismos; y fue empleada a comienzos del siglo XX por los gobiernos conservadores, especialmente el nazismo, el fascismo y el franquismo para criticar a los partidos de masas y la influencia disolvente de las tradiciones familiares y religiosas. Sin embargo, esta crítica al dominio de los partidos políticos fue retomada a partir de 1970, por una corriente totalmente opuesta, por la ideología  llamada de izquierda, con partido único, que acusó a los regímenes pluralistas, sobre todo bipartidistas, de consolidar el orden existente, las tradiciones, en lugar de propugnar cambios, y de que quienes se alinean en un partido, lo hacen para lucrar en lugar de hacerlo para favorecer el bien común, y cada partido tiende a destruir a su adversario político en lugar de complementarlo. Otra crítica estuvo vinculada a la gran burocratización partidaria y a que se favorezcan desde los partidos a ciertas personas o sectores sociales, no por sus esfuerzos o aptitudes sino por estar afiliados o votar al partido, que selecciona candidato y luego, una vez que asumen el mando, los controlan. Los partidos se convierten en un modo de escalar posiciones sociales y de controlar a la sociedad, más que a servir a sus intereses; es por eso que ya no son un instrumento de la democracia. En general son pocos partidos fuertes los que concentran el poder, y quienes no están de acuerdo con ellos, solo pueden actuar a través de grupos de presión. (Concepto de partidocracia - Definición en DeConceptos.com. Internet, disponible desde http://deconceptos.com/ciencias-juridicas/partidocracia#ixzz2u3pxqnWy, accesado en febrero de 2014.)


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