Si has pedido a Dios algo; lo primero que debes hacer es abandonarte y agradecer como si lo hubieras adquirido. Lo segundo es analizar y ojo visor, porque muchas de las cosas que pedimos a Dios vienen en forma de semilla. Me explico; si pidieras a Dios un árbol, El en su omnisciencia no te lo va a dar plantado y desarrollado, sino que en forma de semilla, para que aprendas a relacionarte con el regalo, a alimentarlo, valorarlo, y aprecies su crecimiento contigo. Dios te hace cocreador con El; así que mucho ojo, discernimiento y aprende no a mirar, sino a observar con el corazón, porque muchas veces tenemos frente a nuestras narices lo que buscamos pero no le reconocemos...Dios no hará por nosotros lo que podemos hacer solitos, Dios es Padre, pero no es paternalista, prefiere ser maestro. Y aunque nunca te abandona, a veces se echa a un lado a esperar y observar que te des cuenta de lo que estas haciendo mal o debas mejorar. No es Dios el que no entiende, quizás eres t el que a n no entiende. Recuerda; no es solo pedir, es saber pedir. No es solo creer, es aceptar sus designios. No es solo mirar, es observar y discernir... aunque sea nuestro peregrinar, cual investigadores, descubramos las pistas que Dios nos deja en el camino para hallar nuestro destino.
Si el mismo Elías, Profeta del Señor, muchas veces no entendió sus designios para con su vida, y se deseó la muerte...Que será de nosotros si no luchamos por mantener esa relación con Dios a través de la oración?
“Anduvo por el desierto una jornada de
camino, hasta llegar y sentarse bajo una retama. Imploró la muerte y
dijo: «¡Ya es demasiado, Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis
padres!» Se recostó y quedó dormido bajo una retama, pero un ángel le
tocó y le dijo: «Levántate y come.» Miró y a su cabecera había una torta
cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se
volvió a recostar. El ángel de Yahvé volvió segunda vez, lo tocó y le
dijo: «Levántate y come, pues el camino ante ti es muy largo.» Se
levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó
cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1Re.
19, 3-8).
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