Un himno humilde, pero con un secreto escondido en su primera línea:
UT queant laxis
REsonare fibris
MIra gestorum
FAmuli tuorum
SOLve polluti
LAbii reatum
Sancte Ioannes.
Cada verso comenzaba con una sílaba distinta.
Y cuando Guido d’Arezzo, en el siglo XI, buscaba una forma de enseñar música de manera clara y precisa, vio allí un patrón perfecto.
Con esas sílabas creó el sistema que aún usamos para cantar y leer melodías.
Un detalle curioso: originalmente era UT, no DO.
Pero en 1600, Giovanni Battista Doni decidió cambiarlo por DO porque era más fácil de pronunciar, más abierto, más musical.
Así nació el lenguaje universal de la música:
no en un laboratorio, ni en una corte imperial,
sino en un himno medieval que los monjes jamás imaginaron que cambiaría al mundo.
Cada canción que escuchamos hoy todavía lleva un eco de aquel canto antiguo.
De la red...
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