En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. - Juan 3:3
Todo lo que he querido lo he buscado, luchado, sudado. Mucho soñado que no he obtenido...pero tengo paz, fuí atrevido y me lancé. Algo parecido ha sucedido en mi vida espiritual: Oré, pedí, clamé, luché, y volvió la paz. Algunas veces trajo consigo regalos, y cuando menos lo esperaba me obsequió parte de lo humanamente pedido, o simplemente lo sustituyó por cosas mejores. Durante procesos de mi adulta vida he aprendido a pedir mejor que la paz no se aparte de mí, y que lo demás sea fruto de mi esfuerzo o llegue por añadidura, porque sé que todo lo pedido algún día tendré que dejarlo partir. Entonces amé la paz, me encariñé con ella. Muchas veces ella, traviesa cual su invisible Creador comenzó a jugar al escondite. Yo como niño perdido de la mano de sus padres supliqué por su presencia, siempre regresó a mí... tras la oración.
Ella me enseñó a compartirla, a hablar sobre ella cual si fuera otro ser viviente. Pero no, ella es un regalo, luego del regalo de la vida, del regalo del amor, ella sabe que es obsequio. También se hizo maestra y me enseñó que 1 + 1 no son dos cuando se trata del amor, que 2 + 1 no son 3 cuando se trata del Creador conmigo, que cuando la comparto se hace más inherente a mí, comulgamos, se vuelve milagro, porque en vez de temer a perderla por mostrarla se multiplica si la comparto, y sigue siendo mía, con mayor profundidad. Ella sin ser vida me transforma en vida, sin ser pan se vuelve alimento, sin ser oración se hace parte de ella, como resultado de la oración, y también de la fe. Me transforma día a día en parte de ella, de su Creador. Me lleva a él, me hace uno con él, junto con ella. También me enseñó que quien siempre quiso ser conmigo fue El y ella se hizo red que me pescó en los mares de la contemplación.
Como hombre enamorado quise conquistar la paz, pero para conquistar la paz hay que atreverse a dejarse conquistar primero, vaciarse de todo... y de la nada, como de un manantial en lo alto de un monte, brotan el amor, la fe, la esperanza, y la paz, pero en este caso brotan de un templo llamado corazón. Cual oruga a crisalida y finalmente a mariposa, el hombre que alberga paz en su corazón alberga el amor - al albergar el amor guarda a Dios mismo - al estar mucho tiempo con el amado transforma al hombre en parte de aquel que alberga, en este caso en parte de Dios. El hombre vuelve transformado, transfigurado, siendo uno se vuelve otro sin dejar de ser el primero, nace nuevamente.
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