Por esta razón cuida mucho sus pensamientos. Escondidos bajo una serie de buenas intenciones existen sentimientos que nadie osa confesarse a sí mismo: venganza, autodestrucción, culpa o miedo de la victoria, la alegría macabra ante la tragedia de otros.
El Universo no juzga: conspira a favor de lo que deseamos. Por eso, el guerrero tiene el valor de mirar hasta las sombras de su alma y ver si no está pidiendo nada nocivo para sí mismo.
Y tiene siempre mucho cuidado de lo que piensa.
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El guerrero de la luz sabe lo que merece la pena.
Él decide sus acciones usando la inspiración y la fe. No obstante, a veces encuentra personas que lo llaman para actuar en luchas que no son suyas, en campos de batalla que él no conoce – o que no le interesan -. Esas personas quieren implicar al guerrero de la luz en desafíos que son importantes para ellas, pero no para él.
Muchas veces son personas próximas, que aprecian al guerrero, confían en su fuerza y, como están ansiosas, quieren su ayuda de cualquier manera.
En estos momentos, él sonríe y demuestra su amor, pero no acepta la provocación.
Un verdadero guerrero de la luz siempre elige su campo de batalla.
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Un guerrero de al luz siempre puede elegir su campo de batalla.
A veces se ve sorprendido por combates que no deseaba; pero no sirve de nada huir, porque estos combates lo seguirán. Entonces, en el momento en que el conflicto es casi inevitable, el guerrero habla con su adversario. Sin demostrar miedo ni cobardía, procura saber por qué el otro quiere luchar; qué es lo que le hizo salir de su aldea y buscarlo para un duelo. Sin desenvainar la espada, el guerrero lo convence de que aquel combate no es el suyo.
Un guerrero de la luz escucha lo que su adversario tenga que decirle. Sólo lucha si es necesario.
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El guerrero de
la luz se concentra en los pequeños milagros de la vida diaria.
Si es capaz de
ver lo bello, es porque trae la belleza dentro de sí, ya que el mundo es
un espejo y devuelve a cada hombre el reflejo de su propio rostro.
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