"El fanatismo es la adhesión a una causa en forma total, sin discernimiento de qué puede estar bien o mal, o qué daño se puede producir al ejercerlo. Los estudiosos han concluido que hay mecanismos comunes en las personas fanáticas, independientemente del contexto, cultura, educación, raza o lugar del mundo."
El extremismo y el fanatismo son temas de interés para muchos. Se trata de un problema creciente, ya que cada vez más personas parecen adoptar creencias inamovibles que nacen de sus profundas convicciones.
De por sí, esto no tiene nada de malo y resulta saludable que cada uno pueda tener su opinión y posición.
Sin embargo, la dificultad aparece cuando este tipo de personas suele creer que todo el mundo debe seguir sus posturas e ideologías sin discusión, que es la única posición posible, y por eso no le importan los métodos que utilizan con tal de conseguirlo, o, al menos, pensar que tienen poder para influir en la mente de los demás.
Todos hemos asistido a acaloradas discusiones con puntos de vista totalmente opuestos sobre determinados temas, y sabemos el tipo de emociones que se despiertan en esos casos.
No es lo mismo ser un fan de algo, palabra que, de paso, proviene del inglés fanatic, que caer en el fanatismo ciego.
El fanatismo en extremo, llevado a cualquier aspecto, desde un equipo de fútbol, la política, gustos personales y posiciones cerradas que no permiten incorporar otras miradas del mundo circundante, tiene por lo general un profundo impacto negativo en la sociedad y, especialmente, en la convivencia, ya que se genera un estado de tensión permanente, desconfianza y hasta agresividad frente a quienes tienen otras perspectivas.
El cerebro de los fanáticos
Odiar parece ser el sentimiento que aparece más fácilmente cuando se asumen posturas que no dan espacio a la expresión divergente de los demás.
Es por esto por lo que muchas veces es difícil hacer las paces con las personas que piensan de forma diferente a la tuya, ya que pueden ponerse en pie de guerra, lo que produce un enfrentamiento como el de dos esgrimistas intentando ver quien gana con su espada.
Este problema se ha hecho más frecuente en la sociedad actual debido a Internet y las redes sociales, que viralizan y potencian las posturas radicalizadas en cualquier aspecto. La agresión, la burla y el acoso cibernético se amparan en el anonimato de estas plataformas.
Para las neurociencias, sentir pasión es algo que resulta positivo y saludable. El punto límite es cuando se convierte en una obsesión que se descontrola, y allí empieza lo que entendemos por fanatismo extremo.
Los primeros indicios indican que la dopamina, uno de los neurotransmisores del cerebro, podría tener un papel importante en el proceso del fanatismo por su función de activadora del centro del placer. Lo que han descubierto es que las neuronas se activan con mucha más potencia cuanto más inesperada pueda resultar una recompensa a recibir.
En el caso del fanatismo, el propio hecho de la adrenalina que les produce la discusión, el querer imponerse por sobre la opinión diferente de otras personas, e incluso, el hecho de mantenerse firmes y no dar el brazo a torcer, es interpretado como una pequeña victoria interior.
Al
vivir este tipo de experiencias, el cerebro adopta esas recompensas y
las quiere repetir casi adictivamente por el nivel de satisfacción que
les produce, aunque el fanático no alcance a registrar el impacto
negativo que sus dichos o acciones pudiesen producir en las demás
personas.