
El camino para la salvación es la misericordia; aquel que no quiera tomarlo pasará por el de la justicia divina, y por ésta nadie se salva, ya que todos hemos fallado más de lo que hemos cumplido. Es parte de nuestra condición humana...y nuestra fortaleza.
Nuestras malas inclinaciones son nuestra fortaleza porque al reconocer lo que somos; si somos sabios, nos obligamos a practicar la oración, la constancia y terminaríamos superándonos con el día a día, llegando a ser quienes Dios espera que seamos. Además; nuestra oración es la mejor arma que poseemos capaz de aplacar la gran justicia divina, para con nosotros como individuos al igual que como raza humana. Las otras dos armas son el ayuno (negarse de algo; no necesariamente alimento), y las buenas obras....pero la mejor; y la que prepara al ser humano para dejarse guiar en el proceso lo es la oración.
El que no se niega en lo lícito no se negará en lo ilíscito - San Ignacio de Loyola
La justicia es igual de necesaria y poderosa que la misericordia, ambas facultades equitativas de Dios. Por tanto tratemos de ser misericordiosos; pero a la misma vez justos. Porque Dios es misericordioso; pero no por eso deja de ser justo.
Pongamos en un lado de la balanza nuestros pecados y al otro lado nuestas buenas obras; la balanza se inclinará a nuestro favor cuando logremos añadir oraciones; sacrificios y súplicas de misericordia a la balanza.
Al fin y al cabo; como cantaba San Francisco de Asís: Podremos hacer las cosas más grandes del mundo; pero si carecen de amor...nada son.
Aprendamos a amar; y aprenderemos a ser misericordiosos.
DLB.
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