Este policía arrestó a una joven en su juventud, la hizo entrar en razón, le cambió la vida y, años después, ella lo invitó a su graduación como muestra de agradecimiento.
Él no la trató como una delinc* uente más. Habló con ella. Le dijo que podía cambiar, que estudiara, que creyera en sí misma… cuando ni ella lo hacía. Y esas palabras —tan simples, tan humanas— se le quedaron grabadas. Tiffany tomó una decisión radical: dejó las adiccio* nes, se mantuvo limpia y se inscribió en la universidad. Años después, con su título en la mano, hizo algo que estremeció a todos: invitó al mismo policía que la arrestó… a su graduación.
Y él fue. Se sentó entre la multitud y la aplaudió de pie. “Es uno de los momentos más orgullosos de mi carrera”, dijo Foster. No solo vio a una exdetenida graduarse. Vio a una mujer que eligió creer. Y lo hizo porque alguien, una vez, la trató con dignidad.
Un segundo de empatía puede transformar toda una vida.
De la red...